La España de los juguetes rotos

OPINIÓN

Isabel Infantes

17 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Me lo dijo Arsenio Iglesias: «Un equipo desordenado non pode gañar, pero un equipo ordenado pode perder... por iso é tan espiñoso o oficio de adestrador!». Y en la política, me temo, pasa lo mismo: una gestión oportunista siempre genera desgobierno, pero una gestión ordenada también puede acabar en un marasmo prolongado. Por eso es tan ingrato el oficio del político. Porque el mismo sistema político y electoral que nos facilitó cuarenta años gobernables, aunque no exentos de errores de bulto, nos pone ahora ante una política líquida e ineficiente que nos mete de lleno en la sentencia de Arsenio: si juegas desordenado, pierdes, y si lo haces con disciplina, también puedes perder. 

Cuando tal cosa sucede, los actores de la política —personas e instituciones— se refugian en un trágico juego de explicaciones que, imitando la rueda de prensa del entrenador derrotado, y tirando por elevación, obvian el fracaso de lo concreto y cotidiano, para acogerse a la épica de lo abstracto y a las promesas de regeneración y solidaridad con la gente. Claro que, al final, el que no gana, desciende. Aunque también está probado que las explicaciones épicas y abstractas prolongan la agonía de los entrenadores.

La clase política, cuando el marasmo se hace evidente, empieza a recurrir a juguetes parciales, que disimulan el desastre y venden como costes de transición los retrocesos y errores del momento, hasta hacernos creer que, lo que parece caos y cortoplacismo, es en realidad el precio del regreso al paraíso terrenal. Y así seguimos, hasta que los juguetes que sustituyeron a la política empiezan a romperse. Por ejemplo, ¿tiene usted alguna duda de que los juguetes de Cataluña se están rompiendo y que los jugadores más famosos empiezan a pedir el relevo? ¿Se da cuenta de que Sánchez ya está metiendo las relaciones con Cataluña en el pudridero, con la intención de hacer el entierro tan pronto como los cadáveres quepan en los sarcófagos? ¿Saben ustedes dónde se esconde aquella burguesía catalana que parecía tener en su cabeza la empresa, el Estado y la globalización?

Más aún. ¿Perciben la estética neocomunista —y nada comunista— en la astuta transversalidad de Yolanda Díaz? ¿No ven que los ideales de UP se pierden por los desagües y que su futuro está orientado a la búsqueda de una lideresa que les mantenga la posición y el sueldo en la próxima legislatura? ¿Se dan cuenta de que el PP, en vez de hacer oposición, está reclamando su turno? ¿Hay alguna duda de que Arrimadas y Bal, que son de lo mejor, se quedaron sin equipo y ya no dan una a derechas, ni a centros, ni a izquierdas? ¿Se fijan en los de Vox, que, faltos de fe en el futuro, buscan la redención en el pasado? ¿Y qué decir de la nostalgia que expresan los avíos entre patronal y sindicatos? Son los juguetes rotos de la política, que presagian una profunda recomposición del tablero. Pero no se precipiten a celebrarlo. Porque es más fácil perder la categoría que regresar a ella. Y esta crisis, me temo, va para muy largo.