Kazajistán: democracia o caos

José Enrique de Ayala ANALISTA DE LA FUNDACIÓN ALTERNATIVAS

OPINIÓN

María Pedreda

14 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Kazajistán es la mayor de las cinco repúblicas centroasiáticas surgidas de la disolución de la Unión Soviética. Un país con una superficie cinco veces la de España, pero con solo 19 millones de habitantes, de los que casi un 70 % son kazajos y casi un 20 % rusos, además de otras muchas minorías. Es muy rico en recursos naturales, principalmente hidrocarburos y minerales, incluidas las ahora tan valiosas tierras raras. Es el primer productor mundial de uranio y el segundo en minería de bitcoin, después de EE.UU.

Alcanzó su independencia cuando se disolvió la URSS, en diciembre de 1991. En ese momento, el presidente de la república se llamaba Nursultán Nazarbáiev. Había accedido al cargo en abril del año anterior, cuando se creó, y antes había sido primer ministro de la República Socialista Soviética de Kazajistán, desde 1984, y primer secretario del Comité Central del Partido Comunista desde 1989. En el 2019 —28 años tras la independencia— seguía siendo presidente, después de varios decretos y enmiendas constitucionales que le permitieron continuar indefinidamente en el poder y varias elecciones que ganó por un 98 % de los votos. El país se independizó, el partido comunista desapareció, sustituido por el Nur Otan, cuyo presidente era naturalmente Nazarbáiev, pero nada cambió. Al contrario, la independencia permitió que, sin ninguna supervisión externa, la nomenklatura que gobernaba el país, en su mayoría familiares de Nazarbáiev o muy fieles colaboradores, se hiciera con el control de todos los recursos económicos del país, y se enriqueciera desmesuradamente, convirtiendo el régimen en lo que ha sido hasta ahora: una dictadura cleptocrática en la que no existe prácticamente oposición política ni organizaciones sindicales, y en la que el resto de los ciudadanos tienen un nivel de vida bajo o muy bajo, a pesar de tratarse de un país rico.

Nazarbáiev se mantuvo fiel a Rusia, participando en todas las iniciativas multinacionales que impulsó Moscú, a partir de 1992, y además continuó albergando la mayor base espacial rusa, Baikonur. Las relaciones con China son muy buenas, hasta el punto de que está pasando a ser su primer socio comercial. Por su territorio pasa el gasoducto Asia central-China, de esencial importancia para este país. Con EE.UU. las relaciones son también muy buenas, es el tercer inversor externo, y también mantiene buenas relaciones con Turquía e Irán. En consecuencia, nadie tiene ningún interés en que algo cambie en Kazajistán. Aparentemente, todo el mundo estaba satisfecho con la situación.

Excepto los kazajos, claro. Hubo ciertas revueltas en el 2011 con un saldo de 16 muertos, y también otras menores en el 2016 y en el 2019, pero en general se ha considerado a Kazajistán el país más estable de la zona, sobre todo porque los otros son aún peores. En marzo del 2019, Nazarbáiev —que tiene ahora 81 años— se retiró de la presidencia, que pasó a su actual titular, Kassym Tokáyev, un diplomático formado en Moscú. Pero todos los indicios apuntan a que Nazarbáiev continuó siendo el líder en la sombra. Él y su familia.

El 1 de enero terminaban los dos años de transición hacia los precios libres de los combustibles. El día 2, el precio del gas licuado del petróleo, que la mayoría de los kazajos usan en sus automóviles, subió un 100 %. Ese mismo día comenzaron las protestas en Janaozen, a orillas del mar Caspio, centro de producción de hidrocarburos. El día 4 había ya miles de manifestantes incendiando edificios oficiales en la mayor ciudad del país, Almaty (Alma Ata), y manifestándose en todo el país, incluyendo la capital, Astaná, que ahora se llama Nursultán. Tokáyev empezó intentando negociar, prorrogando por seis meses los subsidios al combustible, y expulsando a Nazarbáiev del Consejo de Seguridad Nacional —los manifestantes gritaban «vete, viejo»—, pero ya era tarde. A los manifestantes iniciales se sumaron muchos otros, por diversas razones: obreros y campesinos desesperados por su bajo nivel de vida, clases medias agobiadas por la inflación, jóvenes deprimidos por el desempleo y la falta de perspectivas, ciudadanos hartos de la falta de democracia o de que la riqueza del país se la queden unos pocos. Seguramente también algunos agitadores, pero desde luego no mayoritarios.

No obstante, estos últimos son los que esgrimió Tokáyev como causantes de la revuelta, y por supuesto actuando como terroristas y «agentes externos» (¿de dónde?). Es lo que necesitaba para desatar la represión feroz que siguió: «Disparad sin previo aviso», con el resultado de, al menos, 164 muertos y más de 6.000 detenidos. Y también para hacer un llamamiento a sus aliados de la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva), prevista para una agresión exterior. El día 6 las primeras tropas rusas entraron en el país, no en gran número (2.500), solo para proteger instalaciones como el aeropuerto de Almaty. Pero las fuerzas armadas de Kazajistán tienen 100.000 efectivos. ¿Tokáyev no las controla? ¿O ha querido lanzar un aviso a navegantes? La detención por alta traición del jefe de la inteligencia kazaja, Karim Masimov, muy próximo a Nazarbáiev, y la desaparición del escenario de este último, su nieto y su yerno han hecho correr la sospecha de que los antiguos detentadores del poder han podido inflamar una protesta, en principio limitada, para recuperarlo. Por ahora es solo una hipótesis.

La revuelta no va a triunfar, no tiene organización, ni líderes, ni unidad, ni mucho menos fuerza suficiente. Pero habrá que ver sus consecuencias. En el interior, si verdaderamente Nazarbáiev y su camarilla dejan el poder real y el acaparamiento económico, o son obligados a ello, o por el contrario es Tokáyev quien pierde; en el campo internacional, si Rusia aprovecha la situación para ejercer un mayor control sobre Kazajistán, aunque el Kremlin está ahora más preocupado por Ucrania y por la OTAN que por un país del que la mejor noticia que le puede llegar es que se queda como está.

Lo que esta crisis muestra es que la gente cada vez tiene más información y menos paciencia en todo el planeta, y que, como dijo Abraham Lincoln, no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo. Si Kazajistán se democratiza, eso arrastraría probablemente a otras repúblicas centroasiáticas y se traduciría en una mayor paz y estabilidad en esa parte del mundo. Esperemos que así sea.