Sánchez y su hinchada: política y moral

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Eduardo Parra | Europa Press

29 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Quienes hemos visto pasar por el Gobierno o nuestra comunidad a varios presidentes hemos ya asumido algo que a ninguno debería sorprendernos: que siempre hay mucha gente dispuesta a justificar ciegamente todo lo que hacen «los suyos», sea esto lo que fuere, pues el patriotismo de partido (que a veces no exige siquiera militar en aquel al que se presta adhesión inquebrantable) puede llegar a cegar el más elemental sentido de la realidad, de forma que uno solo ve lo que quiere, o le comentan, sin prestar atención a nada más. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero dejo al lector la poco edificante labor de recordarlos.

Con la llegada de Sánchez al Gobierno, tras un pacto con los enemigos de la Constitución, de la permanencia de un país unido según lo conocemos desde que tenemos uso de razón y del principio básico del respeto a la ley, esos hinchas incondicionales han dado una peligrosísima zancada: perder, no el citado sentido de la realidad, sino también el de la decencia, que es cosa muy distinta en la medida en que la política y la moral (o la ética) se sitúan en planos radicalmente diferentes.

Así, alguien puede calificar —y eso es una cosa— de brillante la gestión económica del Gobierno a pesar de que The Economist (una de las publicaciones más respetadas del planeta) acaba de colocar a España de último entre los 23 estados ricos analizados, en un artículo (Which economies have done best and worst during the pandemic?) donde subraya que España es el país donde más ha caído la economía (-6,6 %), más se han reducido los ingresos familiares (-6,3 %), más han bajado las acciones empresariales en bolsa (-7,2 %) y el tercero en el que más caído la inversión (-6,5 %).

Ya sabemos que en casi todo, y más en política, la botella puede verse medio lleno o medio vacía, y que para los más forofos de una causa acaban siendo admisibles en la vida pública actos que en la privada jamás disculparían. Lo ocurrido sin excepciones con la corrupción constituye, entre otras, una prueba irrefutable.

Pero el salto de la política a la moral, que es el que ha dado Sánchez —al pactar bien con partidos cuyos gobiernos regionales han organizado un golpe de Estado y amenazan con repetirlo, se niegan a cumplir las leyes y sentencias y a proteger los derechos fundamentales de sus ciudadanos por razones ideológicas o lingüísticas; bien con partidos cuyos dirigentes han sido condenados por sedición, bien (el acabose) con partidos que defienden en toda su extensión la vomitiva herencia de un grupo de asesinos—, ese salto, digo, es sideral.

Nada extraña, conociendo al personaje, que lo hayan dado Sánchez y muchos de los que, como él, no tienen otra forma de vivir. Pero que personas decentes en su vida profesional y personal, que merecen todo nuestro respeto, disculpen esos pactos, hagan sobre ellos cuchufletas quitándole toda importancia, como si fueran algo que no define la moral de quienes nos gobiernan es, cuando menos, decepcionante y, cuando más, auténticamente repugnante.