Hoy voy a contar una historia en primera persona. Lo haré desde el más puro realismo, sin obviar ni los hechos ni las circunstancias. El pasado lunes, una de mis hijas resultó positiva en dos test de antígenos que realizó a las diez y a las once de la noche. Informó al hospital de Verín. El martes habló con su médica y le hicieron una PCR. El miércoles conoció el resultado: positivo.
El martes yo también hablé con mi médica, la misma que la de mi hija. El miércoles me realizaron la PCR y el resultado fue negativo. Mi mujer hizo lo propio con su doctora y en el plazo de dos días todos conocíamos nuestro estado con respecto al covid. También nos informaron de lo que podíamos o no podíamos hacer. Y, asimismo, nos avisaron de que en diez días los negativos son sometidos a una nueva prueba para confirmar resultados. Estos son los hechos, sin un ápice de desvío narrativo. Ahora intentaré argumentar la sustancia, también la intención, de este artículo.
Lo primero que debo decir (repetir, porque ya lo he escrito en numerosas ocasiones) es que en Galicia tenemos una sanidad extraordinaria. Y no solo por la calidad de nuestros sanitarios, sino también por la solvencia y rigor administrativo de aquellos que los dirigen. Es decir, que estamos en buenas manos.
Desde el principio de la pandemia ha sido así. Cuando no llegaban equipos de protección a ninguna parte de España, los hospitales gallegos los tenían. Cuando el ministro de Sanidad demostraba, una y otra vez, que su conocimiento de la sanidad no era sobresaliente, la Xunta de Galicia daba lecciones de cómo se debían gestionar los recursos, buscar alternativas e intentar adelantarse a los acontecimientos. Obviamente, los sanitarios no solo estuvieron a la altura, sino que ofrecieron una entrega y dedicación encomiables. La sociedad, en general, también.
El colofón de este artículo pretende realizar una comparación. No les voy a ofrecer datos, porque este periódico se los ofrece a diario, pero sí los invito a que intenten confrontar la realidad de la sanidad gallega con la catalana. O con la madrileña. Busquen entre las páginas de La Voz de Galicia cómo han funcionado los independentistas y la popular. Y digo popular no solo por pertenecer al PP, sino porque la señora Ayuso ha alcanzado altas cotas de celebridad. A su lado, Miguel Ángel Rodríguez. Le ha dado buenos consejos para vencer en las urnas; sin embargo, Rodríguez no está para la gestión, sino para la pintura. No para el trámite o la diligencia, sino para la cosmética y el mensaje.
De los independentistas qué les voy a contar. Ellos juegan a otro juego. Ellos, también, son los que sostienen a Sánchez en la Moncloa.
En conclusión, si tienen a un conocido catalán o madrileño, pregúntenles qué sucede cuando sospechan que son positivos en covid. Aquí, en dos días resuelven. ¿Y allá?