Más soberanía productiva, pero eficiente y competitiva

Javier Santacruz

OPINIÓN

12 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El debate de la relocalización de industrias críticas se abrió en plena pandemia cuando se produjo un fenómeno de escasez notable que, sin duda, contribuyó a profundizar no solo la gravedad de la transmisión de la enfermedad sino también la caída económica durante y después de aquellos meses. Tras décadas de un intenso proceso globalizador que llevó a la deslocalización de múltiples industrias a la búsqueda de costes de producción más bajos y situarse mejor en las cadenas globales de valor, ahora puede sufrir importantes cambios no sólo por la crisis covid, sino muy especialmente por un ‘cambio silencioso’ durante este tiempo que está provocando un fuerte shock de oferta cuya primera manifestación es la escalada de la inflación.

En sí misma, la crisis covid no es la causante del fenómeno productivo que estamos viviendo, sino más bien la aceleradora de un «cambio silencioso» que se estaba produciendo en torno al suministro y control de las materias primas críticas junto a los consumos intermedios industriales, el cambio de las estructuras productivas por la imposición de la agenda climática y digital y sus consecuencias sobre la cadena de valor de los diferentes sectores. Ha bastado que se produjera un fuerte shock de demanda (lo que fue inicialmente el covid) para, provocando un shock de oferta por la paralización de actividades económicas durante un período de tiempo suficiente decretada por los diferentes gobiernos para luchar contra el virus, que se desencadenara una ruptura concatenada de cadenas de valor provocando atascos logísticos, fallos en las infraestructuras críticas y fenómenos de escasez de factores productivos en determinadas industrias.

Estamos, en toda regla, ante un cambio estructural, no coyuntural, de nuestras economías. Con independencia de cuándo y cómo se recuperarán los niveles previos de PIB de marzo de 2020, tenemos un sistema productivo fragilizado y vulnerable frente a presentes y futuros shocks de oferta. Hoy es el energético (al igual que fue primero durante los años setenta del siglo XX) y de componentes industriales. Pero mañana puede serlo alimentario, transporte, distribución o servicios básicos.

Con este escenario macro, es imprescindible una política económica basada en reformas estructurales que refuercen el concepto de «soberanía productiva»: ser capaces de relocalizar de manera eficiente y competitiva la producción de bienes industriales y de equipo críticos, con un sistema energético basado en recursos propios (nuclear, hidro, cogeneración y renovables) que nos hagan menos vulnerables ante los shocks externos. Ante lo que está sucediendo no son operativas las políticas de demanda. De hecho, pueden ser contraproducentes ya que alimentarán el círculo vicioso inflacionista sin generar los incentivos apropiados para acometer las reformas. Cuanto antes nos demos cuenta de esto, más fortalecida se verá nuestra posición.