Entre Polonia y Bielorrusia

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

DPA vía Europa Press

28 nov 2021 . Actualizado a las 10:17 h.

Cuando escuché las declaraciones de Sergey Lavrov, ministro de Asuntos Exteriores ruso, en relación a la crisis migratoria en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, no pude por menos que esbozar una sonrisa sarcástica. Y es que argumentar que esta crisis deriva de la política que la OTAN y los países de la UE han desarrollado en Oriente Medio y el Norte de África durante años, es una verdad a medias o, cuando menos, relativa. La invasión de Afganistán del 2001, la invasión de Irak del 2003 y desde el 2011 la guerra civil siria son sin duda responsabilidad de EE.UU. y sus aliados. Pero no han sido los únicos que han intervenido en esa región.

Lavrov debería recordar que la antigua URSS, bajo la batuta de Breznev, inició su despliegue militar en Afganistán la Nochebuena de 1979 al objeto de instalar a un nuevo líder afgano afín y acabar con la insurgencia que luchaba contra el Gobierno pro-comunista de Kabul. Con más de 15.000 muertos y 53.000 heridos, su retirada diez años después fue el espectáculo más bochornoso de la era soviética y una de las causas, sino la causa, que puso la puntilla al sistema comunista. La posterior intervención de EE.UU. y otros países acabó por destruir Afganistán por completo.

Y hoy, tras la salida precipitada de todas las tropas extranjeras, que ha dejado a la población en manos de los fanáticos talibanes y en plena crisis alimentaria derivada de una pertinaz sequía, nos llevamos las manos a la cabeza por una nueva oleada migratoria en la frontera entre Polonia y Bielorrusia.

Las personas que se hacinan en la frontera empujadas por la policía bielorrusa son, en su mayoría, afganos, iraquíes, sirios y somalíes. ¿Casualidad que provengan de países absolutamente destrozados? En absoluto. Una desgracia vergonzosa y vergonzante, porque huyen de la guerra, la miseria y el hambre, pero más aún porque son explotadas por las mafias que se forran transportándolas y por países que los usan como venganza contra la UE. Y es que es más fácil construir muros de contención que afrontar las consecuencias de nuestras intervenciones y colaborar para reconstruir los países. No quieren caridad, solo buscan una oportunidad para empezar de nuevo, triste que sea fuera de su hogar.