El grito que se ahoga en la muerte

Eduardo Martínez Lamosa PSICÓLOGO CLÍNICO. SECCIÓN DE PSICOLOXÍA E SAÚDE DEL COLEXIO OFICIAL DE PSICOLOXÍA DE GALICIA

OPINIÓN

María Pedreda

27 nov 2021 . Actualizado a las 15:30 h.

Unos padres se abrazan y observan el cuerpo de su hija, recogida en el féretro y rodeada de coronas de flores y mensajes de despedida. La expresión de la chica es de absoluta serenidad, lo que resulta irónicamente desgarrador dado el fatal desenlace que tuvo lugar unas horas antes. El padre llora en silencio y la madre solo arrastra unas palabras en bucle: «Algo falló…». La joven, de dieciocho años, decidió suicidarse.

Este no es un relato de ficción, sino un suceso real. Es el mismo suceso que se repite una y otra vez y que forma parte de una realidad casi invisible: los niños y los adolescentes también pueden quitarse la vida. Históricamente, el suicidio siempre ha sido una de las primeras causas de muerte entre los adolescentes. De hecho, fue la primera causa de muerte no natural en el 2019 en el sector de población con edades comprendidas entre los 15 y los 29 años: 309 suicidios. No es un hecho contra natura, sino una desgracia demasiado frecuente.

Existe el miedo a contagiar el suicidio si se habla del suicidio, pero es infundado. Si un adolescente nos habla de que desea acabar con su sufrimiento, no debemos ignorarlo, sino darle aún más voz. Otras veces no lo dirá abiertamente, pero dará muestras de que algo está ocurriendo. Prestemos atención a cualquier cambio en su comportamiento, en sus hábitos, en cómo se relaciona con su entorno, en su rendimiento académico, etcétera. Puede que una mala conducta o una actitud caprichosa sea algo más que rebeldía adolescente; puede que sea una llamada de socorro. También es posible que algunos ni siquiera lleguen a manifestar nada y escondan su sufrimiento en lo más profundo de su interior. Acompañémoslos, aunque parezca que todo va bien. No es necesario que exista un diagnóstico previo ni una psicopatología para que una persona se quite la vida. Basta con que sufra y tenga la determinación de matarse.

Prevenir e intervenir ante el suicido es una responsabilidad compartida: padres, hermanos, amigos, profesores, profesionales de los medios de comunicación, de la salud mental… Toda la sociedad debe participar desde múltiples niveles. Escuchemos a quienes gritan en silencio, concedamos valor a sus peticiones de ayuda por incomprensibles que parezcan, hablemos sin tapujos del sufrimiento y del suicidio, ofrezcámosles lo que necesitan.

Puede que seas tú quien protagonice esta historia. Habla con tu persona de confianza, pide ayuda a tu médico o llama al Teléfono de la Esperanza. No permitas que la vida falle.