Universidad de Abanca: ¡bienvenida!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

12 nov 2021 . Actualizado a las 10:01 h.

La universidad pública ha sido el centro de mi vida. Me licencié en Derecho en la Universidad de Santiago en 1980 y allí me doctoré, con premio extraordinario, en 1987, con un tribunal que presidió Jordi Solé Tura, uno de los padres de la Constitución. En 1989 obtuve plaza de profesor titular en la Universidad compostelana, y en 1993, con 35 años, de catedrático en la de A Coruña, desde donde luego retorné a Santiago. He dado cursos y conferencias en centros públicos de casi toda España y de gran número de países de América y Europa. He trabajado, también, en universidades privadas (entre otras, la washingtoniana de Georgetown) sin experimentar por ello mal alguno, sino todo lo contrario: muchos bienes. Mi currículo —cuyo resumen figura en una web independiente (Dialnet): https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=147616— es fruto del trabajo en la universidad pública, con la que he contraído una deuda impagable, y de la que he sido siempre abierto defensor.

Y sin embargo, o, mejor dicho, por todo lo apuntado, deseo saludar la apertura de la Universidad Intercontinental de la Empresa, centro privado que, promovido por Afundación y Abanca, acaba de presentarse y que el próximo curso comenzará su andadura. Como profesor que lleva trabajando cuarenta años con dedicación exclusiva en la universidad pública le deseo a la UIE todo lo mejor, pues, frente a los que proclaman que prohibir la creación de universidades privadas es una forma de defender a las públicas, estoy convencido de todo lo contrario: de que la sana competencia entre ellas tiende a mejorar a las unas y a las otras.

Ser un valedor de lo público —y, no solo como profesor, yo lo soy— es coherente, en el caso de las universidades, con defender que la creación de centros privados constituye un bien para la sociedad siempre que su habilitación para la docencia y la investigación se haga tras un riguroso control del cumplimiento de los requisitos legalmente exigibles, que garantice que se crea una universidad digna de tal nombre y no un chiringuito para obtener fáciles y prontos beneficios.

No parece necesario aportar pruebas de lo que aquí sostengo, pero si hubiera que hacerlo bastaría con señalar que varios de los países con universidades punteras combinan la existencia de centro públicos y privados. Las ocho universidades privadas de la Ivy League en Estados Unidos, por ejemplo, entre las que se encuentran algunas de las más prestigiosas del mundo (Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth College, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale) han contribuido sin duda a mejorar el conjunto del sistema universitario norteamericano y a nadie en su sano juicio se le ocurriría criticarlas por su naturaleza.

La universidad tiene que investigar y formar los profesionales que necesita la sociedad. Eso puede hacerse desde centros públicos y centros privados, sin que importe cuál sea su naturaleza, sino sus resultados. Será por ello por lo que las juzgará la sociedad y les dará la espalda o las apoyará.