Sí, también queremos ser chantajistas

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Mariscal | Efe

05 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Apasionado lector de Asterix desde niño, una de sus aventuras ayuda a entender muy bien la actualidad política española: Asterix y Obelix viajan a Atenas para participar en las Olimpiadas y allí, a la hora de comer, se ponen morados zampándose suculentos jabalíes mientras los espartanos se alimentan con cuatro nabos mal contados. Hartos ya de tal discriminación, protestan por el agravio y, ante la llamada al orden de su riguroso entrenador («Los galos son unos decadentes»), es inmediata la salida de los atletas espartanos: «Pues nosotros también queremos ser decadentes. Sí, sí, decaigamos, decaigamos», gritan enfurecidos los hambrientos.

Sánchez dio el miércoles la espantada en el debate de totalidad de Presupuestos y, aunque su ausencia del Congreso constituye un inadmisible desprecio al cuerpo electoral, es coherente con su forma de gobernar este país. El presidente negoció fuera de las Cortes con quienes lo tienen sometido a un chantaje permanente (ERC, PNV, Bildu y otras minorías diminutas), de modo que, amarrados ya esos votos, lo que restaba era faena de aliño: llamar fascistas a los restantes diputados.

Tal práctica plantea, claro, dos problemas de enorme gravedad. Al primero me he referido en otras ocasiones: que nuestro futuro y el de nuestros hijos depende del chantaje (en el sentido de la ciencia política) de partidos que odian el país que cogobiernan hasta el punto de organizar una sedición secesionista o defender la herencia de una banda terrorista que mató, secuestró y extorsionó para imponer la independencia. España está, desde que Sánchez llegó al Gobierno, en manos de sus declarados enemigos.

Pero, además de ese disparate, inimaginable fuera de nuestras fronteras, la existencia del chantaje de los nacionalismos genera sobre los electores el mismo efecto que las comilonas de los galos sobre los sufridos espartanos: que antes o después convence a mucha gente de que lo mejor para ellos es «ser decadentes», o sea, disponer de un partido que, mediante el chantaje, obtenga para sus territorios ventajas similares a las de los nacionalistas.

Ahí está Teruel Existe, y el montaraz alcalde de Ourense proponiendo algo similar, y el BNG poniendo el chantaje de sus correligionarios vascos y catalanes como ejemplo vivo de lo útil que sería votar nacionalista. El efecto final de tales actitudes es, por supuesto, imprevisible, porque, ya puestos a hacer chantaje territorial, este podría extenderse a las autonómicas (con partidos provinciales o incluso comarcales) y, ¿por qué no?, a las locales: Ronda Outeiro Existe, Lavadores Existe, Las dos Rúas de Santiago Existen y, como dicen los italianos, cosí via.

¿Se imaginan? España, sus provincias y sus municipios desaparecerían en medio de una auténtica borrachera de identidades diminutas que harían imposible, no ya la defensa, sino incluso la definición de los intereses generales. Y no crean que exagero, pues esa semilla está plantada desde hace mucho y ha crecido con fuerza en los tres últimos años.