El crimen de Logroño: nosotros, la ciencia y la política criminal

Jorge Sobral Fernández CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA DE LA USC. DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA Y SOCIOLOGÍA DE LA USC.

OPINIÓN

Javier Belver | Efe

02 nov 2021 . Actualizado a las 10:09 h.

En el submundo de los crímenes violentos, cada caso es un universo particular. Y aunque nos esforcemos por extraer puntos en común dibujando perfiles, cada crimen es subsidiario de las singularidades de su autor, de su historia, del ecosistema en que brota su fantasía homicida, del macabro baile de sus pulsiones con la contención, la inhibición, el autocontrol. Y todos, la ciencia también, nos preguntamos por qué, cómo es posible, qué separa al monstruo de los corrientes, de los normales. E, inevitablemente, recorren la sociedad las viejas coladas de indignación, incomprensión y escándalo. Nada sorprendente, a mi juicio. Poco bueno se podría decir de una comunidad que ante la historia probada y los presuntos hechos recientes del asesino de Logroño no reaccionase con estupor, ira, y una difusa y no bien perimetrada, pero contundente, ansia de justicia. La ciencia también la anhela, tanto como el más justiciero de los ciudadanos. Aunque solo fuera por legitimar su propia razón de ser. Pero el lector interesado debe conocer lo que la ciencia sabe y aquello que no. 

A modo de ejemplos: sabemos que en este tipo de «agresores sexuales sádicos» las estructuras córtico/frontales fracasan en su labor clave de analizar, ponderar y filtrar las pulsiones que el cerebro cocina en sus estructuras más profundas y reptilianas. Pero no sabemos bien por qué. Seguimos en la eterna búsqueda de «la causa de la causa del mal causado», que decían los filósofos. Sabemos que, a menudo, en tales sujetos todo el entramado neuroendocrino de hormonas, enzimas, neurotransmisores y demás parece haber enloquecido. Pero, ¿por qué? Sabemos también que en el agresor sexual sádico se produce una suerte de acoplamiento isomórfico entre la pulsión sexual y la pulsión agresiva: la mezcla de sexo y daño a otros como el sumum del placer posible. Lo sabemos, lo explicamos, lo describimos... pero tampoco sabemos bien dónde anida la causa última de la terrible parafilia. Y podríamos seguir. Tenemos buenos candidatos al podio de causa primera de la maldad: anoxia en el parto, factores infecciosos perinatales, traumatismos encefálicos, polimorfismos genéticos, eventos estresantes durante la infancia, maltrato infantil puro y duro, nefastas decisiones personales, influencias de modelos inadecuados en momentos evolutivos críticos, padres ausentes y/o incompetentes, trastornos psicopático/emocionales de base, etcétera.

Cada vez sabemos más y mejor sobre cómo movernos en esa selva de posibles explicaciones, y, lo que es más importante, en esa cascada de múltiples interacciones entre ellas. Y estamos cada vez más cerca de hacer predicciones correctas al respecto. Convendría saber que los actuales instrumentos de evaluación prospectiva del riesgo de reincidencia sexual de que disponemos, correctamente aplicados, arrojan una eficacia predictiva del 80 % (AUC de 0.8). Y es bueno saber también que en múltiples estudios nacionales e internacionales la tasa de reincidencia registrada de los agresores sexuales durante los cinco años posteriores al cumplimiento de su primera condena prácticamente nunca ha superado el 20 %, y oscila habitualmente entre el 5 y el 15 %. Cuando lo hay, ¿funciona el tratamiento? Un resultado reciente en el estudio de unos colegas catalanes: reincidencia del grupo de agresores sexuales sometido previamente a terapia, 4,1 %; reincidencia de sus compañeros de prisión no tratados, 18,2 %. Seguro que el lector obtendrá sus propias conclusiones. ¿Funciona siempre, para todos los casos y en cualquier circunstancia? Pues no. ¿Podemos saber con precisión cuándo y por qué se reactivarían los demonios interiores de Almeida, tras haber disfrutado de 39 permisos sin incidencias conocidas? No. Tenemos hipótesis que todavía no son certezas. Y con estos bueyes tienen que arar los legisladores en política criminal.

Respecto a si, con la evidencia científica disponible hoy en día, hay individuos que deberían estar bajo control indefinidamente, mi respuesta honesta es que sí. Al menos hasta que, con un nivel de certidumbre razonable, profesionales bien formados, actualizados y científicamente bien pertrechados puedan revisar lo que haya menester. ¿Prisión permanente revisable? Oxímoron. Si se revisara por quien debe, cuando se debe y en las condiciones debidas, podría ser permanente... o no. Seguramente, no.