Una habitación de hospital

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

31 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Contaba María Hermida en estas páginas con esa humanidad que destilan siempre sus letras una boda distinta. De blanco. Blanco hospital. En una habitación del área de oncología. En ese lugar en el que el tiempo se vuelve más caprichoso que nunca y se suspende o se acelera con solo una frase de un médico, un pinchazo o un suspiro. Allí los dramas insignificantes que nosotros mismos pisamos con todo nuestro peso para que se nos peguen a la suela como chicles desaparecen con solo cruzar una puerta. Entre esas paredes muchos ecos del exterior suenan gruesos y ridículos, porque charlas encendidas que parecían batallas sin cuartel sobre temas presuntamente esenciales se convierten en aleteos de gallina, tan escandalosos como cortos de vuelo ante los murmullos y los silencios de los pasillos, frente a los movimientos en las camas. La salvación es la mano que en la noche revisa, limpia y palpa, la voz que pregunta o que responde. Una humilde manzana asada es un festín y un vaso de agua después de la sed obligada que se sufre tras una operación es un copazo digno de la mejor barra. En una habitación de hospital celebraron Lourdes y Juan su boda. No lo habían planificado, pero cambiaron el uso de uno de esos pequeños templos de la vida para regalarse un momento, un instante. Nos recuerdan cómo nos empeñamos en desquiciarnos porque la brisa de la rutina nos despeina el flequillo y cómo la echamos de menos más tarde cuando llega el vendaval. Es triste, pero muchas veces lo importante solo se aprecia cuando se ve en el espejo del retrovisor.