Menos mal que no nos queda Portugal

OPINIÓN

Jorge Armestar | Europa Press

30 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El día que Sánchez decidió incumplir sus promesas electorales -para aliarse con aquel Iglesias que le quitaba el sueño, pactar con Bildu, poner la investidura en manos de los independentistas y pagar los servicios de dichos socios con un visible incremento de la liquidez del Estado-, se fue a Portugal, no recuerdo con qué disculpa, para hacerse una foto con António Costa, que acababa de montar un Gobierno socialista en minoría, con discretos apoyos parlamentarios del Bloco de Esquerda y el Partido Comunista (PCP). El mensaje de aquel día era que la democracia es diálogo; que para gobernar no se necesitan mayorías, sino la audacia de acordar; y que la transacción omnipresente -dicho así, en abstracto, sin especificar con quién y para qué- es el bálsamo de Fierabrás con el que se puede remendar cualquier descosido sistémico que se derive de un parlamento fragmentado, frentista, radicalizado y dispuesto a valorar las taifas territoriales por encima de la integridad del país.

La idea fuerza de aquel viaje era significar que, aunque España es un país que no sabe dialogar ni pactar, nuestros vecinos de Portugal nos enseñan cómo hacerlo. Y algo más de media España le compró aquella mercancía, no para facilitarle la gobernación del Estado, que eso no suele preocuparnos, sino para que, atrapados en la permanente comparación entre nuestros vecinos y nosotros, quede perfectamente demostrado que somos un desastre, que el europeísmo no cruzó los Pirineos, y que aún seguimos creyendo que la política genera actitudes y programas que ningún dialogo puede conciliar. Pero pasaron los meses y el pacto portugués se rompió. Y lo hizo por lo mismo que algunos pronosticamos que sucederá aquí. Porque la izquierda no comulgó con la ortodoxia presupuestaria socialdemócrata; porque tanto el Bloco como el PCP se dieron cuenta de que la desigual coalición que habían firmado estaba favoreciendo al partido del poder; y porque, en el probable supuesto de que la situación económica de Portugal se complique más de lo previsto, nadie quiere arriesgarse a compartir el desgaste que este tipo de minorías beatíficas suele cosechar. Y ahí está Portugal, encaminándose hacia unas elecciones que, si no las gana la derecha, a la que ninguna encuesta le da chance, darán un parlamento menos gobernable que el actual.

Porque la política es así, y no hay buenismo que la cambie. Y cuando se rompen los criterios esenciales de las coaliciones -máxima proximidad programática entre los socios, menor número de partidos firmantes, y con electorados de máxima fidelidad y a penas intercambiables-, la gobernabilidad se disuelve entre la niebla. Portugal, que fue delante en el tinglado gobernante, también se adelantó en la crisis de un modelo que no puede funcionar. Pero Sánchez no va a sacar ninguna lección de este segundo suceso, porque él está dispuesto a quemar la cohesión y la estabilidad del país para calentar la caldera del poder, cosa a la que António Costa -buen socialdemócrata- no se prestará jamás.