¿Por qué Aragonès se hizo «bueniño»?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

David Zorrakino | Europa Press

06 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Pere Aragonès se ha convertido, junto a otros dirigentes de ERC, en un promotor de la negociación con el Gobierno para encontrar una solución pactada (agora chámanlle así) al supuesto problema catalán. Supuesto problema, en efecto, pues los nacionalistas, que se ofrecen como pieza clave para resolverlo, son sus directos responsables, pues ellos lo crearon hace más de un siglo para vivir a su costa, controlar Cataluña y darnos la tabarra con lo mal que trataba España (es decir, Madrid) a la región más rica y desarrollada del país.

Ahora Aragonès reniega (veremos hasta cuándo) de «las vías mágicas», que es una forma de decir que lo hace de la «solución unilateral», eufemismo con que los separatistas se refieren al golpe de Estado que dieron en el 2017 y que les salió como el rosario de la aurora.

Esa sorprendente conversión de Aragonès y ERC al bueniñismo se interpreta por el Gobierno y por quienes lo apoyan política, intelectual y mediáticamente como fruto del giro radical de Pedro Sánchez, quien, frente a «la cerrazón de la derecha», habría entrado a negociar con los separatistas a partir de la idea -¡falsa!- de que todos los problemas (reales o inventados) pueden resolverse negociando.

A mi juicio, que no es solo mío, por supuesto, cabe una interpretación mucho más cercana a la realidad que la teoría inventada por el Gobierno y sus parciales: ERC se habría avenido a negociar una convicción y una esperanza.

La convicción es que cualquier tentativa de golpe de Estado está condenada al fracaso más estrepitoso y que si se prueba de nuevo (como en 1931, 1934 y el 2017) lo que les espera a sus autores es la aplicación de la Constitución y la ley y la intervención de la justicia, quizá entonces sin contar con un gobierno débil que, cediendo a sus exclusivos intereses, acabe indultando vergonzantemente a los sediciosos. Muchos partidarios del golpe de Estado del 2017 estaban convencidos de que el Estado democrático sería incapaz de reaccionar frente al golpismo y abandonaron toda expectativa de salirse con la suya cuando con la única arma del imperio de la ley el golpe quedó descabezado y sus partidarios sumidos en el más absoluto pesimismo.

La esperanza de ERC, por su parte, no es otra que la de sacar de la negociación con un Gobierno minoritario que los separatistas tienen agarrado del pescuezo una salida que sea la más cercana posible a la que busca el independentismo. Y todo a base de retorcer la Constitución, para hacerle decir lo que no dice, y las leyes para que permitan lo que según nuestra ley fundamental es imposible. Por eso, la famosa mesa de negociación de Sánchez, lejos de facilitar la extinción de un problema que tras la debacle del golpismo separatista en el 2017 se hubiera esfumado por pura consunción, lo que ha logrado es mantener vivo el llamado conflicto catalán, del que también habla el Gobierno, y la estrategia de presión de quienes han encontrado en la mesa de negociación una segunda oportunidad a la que más que probablemente ya habían renunciado.