Saturados de política

Carlos G. Reigosa
carlos g. reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

Eduardo Parra

04 oct 2021 . Actualizado a las 09:25 h.

Cunde la sensación de que llevamos demasiado tiempo sin parar de hablar de política, en un frenético ejercicio dialéctico que, con demasiada frecuencia, ya se nos figura simplemente estéril. Pero en ello parecemos seguir empecinados todos, sin acabar de darnos cuenta del peligro que suponen los populismos en general, al comprometer el futuro básico de las comunidades. Algo que deberíamos saber y tener muy en cuenta. 

No voy a acudir a la afirmación de que «los políticos son la mentira legitimada por la voluntad del pueblo», como dijo el gran escritor portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura, porque me parece una generalización excesiva y, en su caso, probablemente irónica. Pero es cierto que los políticos en general -también los nuestros- defienden sus argumentos con más armas que la verdad. Lo cual es muy de lamentar y viene a confirmar que la política de hoy -como la de antes- sigue siendo «el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos», como señaló antaño el escritor y periodista francés Louis Dumur, fundador de la revista La pléiade

Es bien cierto que nos hemos acostumbrado a vivir en este ambiente y ya casi ni rechistamos. Nos limitamos a contemplar el espectáculo y esperar a que un día lleguen tiempos mejores. Lo malo es que esto no suele suceder cuando una sociedad se aborrega y se somete a los vaivenes político-ideológicos de quienes tienen o se reparten el poder. ¿Qué cabe esperar entonces? Lo decía Groucho Marx desde la lucidez de su humor más radical: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un pronóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». ¿Acaso no nos parece a veces que tuviésemos al gran Groucho al frente, desencaminándonos y complicándonos la vida?

No se trata de atacar a los políticos en general, porque no todos son iguales, pero sí de observar el panorama en su conjunto, para medir el grado de egoísmo partidista que guía a cada uno y el acierto o fracaso de sus propuestas y de sus prácticas. Así podremos votar un día con más conciencia y conocimiento de aquello que elegimos.