Pablo Casado entre Scila y Caribdis

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

NACHO GALLEGO

29 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

He cruzado varias veces el estrecho de Messina, entre Villa San Giovanni, en la región de Calabria, y Messina, ya en la Isla de Sicilia. Y lo cierto es que su deteriorado paisaje hace difícil imaginar que ese lugar se corresponda con el que, supuestamente, velaron en el pasado Scila y Caribdis, los dos monstruos marinos que según la mitología griega amenazaban el paso a ambos lados del estrecho. Los marinos debían alejarse de uno con el riesgo cierto de ser devorados por el otro y viceversa, lo que convertía en peligroso el tránsito del mar Jónico al Tirreno.

Con todas las licencias literarias que procedan, el mito podría servir para entender mejor la situación de Pablo Casado, marinero en tierra que también intenta el difícil tránsito entre el mar Jónico de la oposición y el mar Tirreno del Gobierno. Para ello unos le recomiendan arrimarse hacia Scila (Vox) para arrebatar votos al partido cuya existencia sigue siendo el mayor obstáculo del PP para ganar las elecciones. Otros, por el contrario, aconsejan a Casado acercarse a Caribdis (el Gobierno) para hacer una política institucional que facilitase al PP ganar los votantes moderados que, quizá por una fidelidad mal entendida o por patriotismo de partido, siguen incomprensiblemente apoyando un socialismo muy distinto del PSOE pre-zapaterista.

Casado, que duda entre ambas estrategias, unas veces se arrima a Scila y otras lanza el trapo de la nave popular hacia Caribdis, con lo que pierde credibilidad entre su marinería y entre el público que contempla sus intentos sucesivos de cruzar ese particular estrecho de Messina.

Pero el problema del PP no es tanto cuestión de elegir entre dos opciones opuestas e igualmente arriesgadas para quien debería perseguir una política transversal que agrupe a una mayoría electoral, sino formular un proyecto de país que guíe de un modo coherente su actuación, más allá de las fluctuaciones que imponen las constantes meteduras de pata y vaivenes de un Gobierno, cuyos miembros, empezando por su presidente, se han habituado ya a gobernar desde el sectarismo de partido y a decir sin titubeos hoy una cosa y mañana la contraria.

La oposición está, sin duda, para controlar al Gobierno, pero su actuación no puede agotarse en la crítica diaria, más o menos dura, de lo que aquel hace o no hace. La oposición que ha gobernado y quiere volver a hacerlo ha de ofrecer más que leña al mono que es de goma. Y ese más es lo realmente decisivo: qué país quiere Casado, qué Estado y qué sociedad. Y para ello cuenta el PP con una ventaja que hasta ahora no ha sabido explotar: Sánchez ha impulsado un país territorialmente más enfrentado y atomizado que nunca, un Estado endeudado y debilitado como no se recordaba y una sociedad que ha pasado de la reconciliación que permitió construir la democracia al guerracivilismo de un Gobierno que está ideológicamente en manos de Podemos y los separatistas. Ahí, y no en otro lugar, está la oportunidad de Casado si, por su bien y el de España, acierta a aprovecharla.