El rostro del otoño

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

Sandra Alonso

25 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Fue el poeta inglés John Donne quien descubrió en una estrofa de un poema el rostro del otoño. No tuvo que pintar palabras con un brochazo de ocres, ni con otros de oro viejo, mientras las hojas desprendidas de los árboles sembraban de melancolías los caminos.

Cada año por estas fechas presiento que el otoño es solo un decadente estado de ánimo que golpea con un viento de lluvia el corazón de los hombres. Fue Albert Camus quien escribió que «el otoño es una segunda primavera en la que cada hoja es una flor», y me cuesta entenderlo de esa guisa cuando miro al cielo y veo, o acaso no, la migración de los pájaros y siento nostalgias certeras de las bandadas de golondrinas que dijeron adiós en agosto a sus nidos gallegos para emprender el largo viaje buscando territorios mas cálidos.

Y vienen los fríos anunciados envueltos en esa lluvia tenaz de los otoños, y merman los días y se acortan las tardes que perdieron la luz transparente y líquida que vino para quedarse cuando se proclamó la primavera.

Y quien esto escribe recuerda cómo el otoño se fue quedando en los fotogramas de El club de los poetas muertos (Oh capitán! Mi capitán!, en el poema de Walt Whitman) y un internado inglés de atmósfera otoñal en los bosques de Vermont. Y de repente me encuentro entre vides en la Provenza francesa, y elaboro un canto a la tristeza en la preciosa película de Rohmer Cuento de otoño.

Y regreso a Galicia en un otoño antiguo y encuentro en una mirada retrospectiva el rostro del otoño en una canción susurrada, en una redacción colegial que nace en octubres y noviembres, y la vuelvo a escuchar en este otoño de la vida marcado por todos los otoños que fueron agavillando los años.

No estoy muy seguro que me guste el otoño, antes sí porque era el inicio, la víspera de un aprendizaje, primero escolar y luego laboral, que disciplinaba de forma jubilosa mis arraigadas indolencias. Y el estado de ánimo se va tornando en estado de desánimo, y mi saudade consentida saludaba cada mañana al sereno rostro del otoño descubriendo la tibieza de un perezoso sol de octubre que vestía de estreno a esta parte del mundo.

Y buscaba en las pisadas sobre las hojas caídas una melodía de otoño, un sonido conocido que viajó conmigo desde otros otoños, cuando el libro de mi vida estaba todavía por escribir. Eran otoñerías, que dejaban ver su rostro.