¿Y si el mar se mete en el volcán y explota parte de la isla?

Juan Ramón Vidal Romaní, catedrático emérito de Geología CATEDRÁTICO EMÉRITO DE GEOLOGÍA DE LA UNIVERSIDADE DA CORUÑA

OPINIÓN

María Pedreda

21 sep 2021 . Actualizado a las 10:39 h.

Hace 50 años, mientras estudiaba mi último año de Ciencias Geológicas en la Complutense de Madrid, tuvo lugar la erupción del Teneguía en la misma isla que ahora, La Palma. El evento provocó la huida de parte de la población, que se escapó del volcán que empezaba su actividad. Pero también provocó otra huida de personas por motivos diferentes: la de la totalidad del Departamento de Geodinámica Interna (al menos de sus profesores), que volaron a Canarias con la intención de observar aquel fenómeno tan poco frecuente en España. El interés científico se sobrepuso a cualquier temor por el peligro de acercarse, y no alejarse, del volcán aunque todos sabían que existía un riesgo. Y los que nos quedamos en tierra estábamos envidiosos de no poder hacer lo mismo (aunque, como estudiantes, por falta de cash). Hoy, medio siglo después, se repite el acontecimiento y aunque parezca muy separado en el tiempo, geológicamente hablando es como si no se hubiera interrumpido nunca desde 1971. El volcán de La Palma, por su mayor proximidad a la dorsal submarina medioatlántica de la que procede, es de los mas jóvenes del archipiélago canario, como demuestra su actividad continua. Todos los volcanes canarios se han formado a partir de un punto caliente, o hot spot, que es el tipo de volcanes de foco más profundo que existen en la Tierra. Se inician en la base del manto y ascienden 2.900 kilómetros casi en vertical hasta llegar al fondo, en este caso del océano Atlántico, donde empiezan a construir relieve hasta formar islas. Por el tipo de corteza oceánica donde se sitúan estos volcanes las lavas en superficie son fluidas, aunque con bastantes gases, lo que causa la dinámica descrita ahora para la zona: coladas de fundidos que avanzan relativamente rápidas, sin demasiado riesgo, en una zona despoblada; explosiones y sismos relacionados con ellas, lo que ocasiona una gran cantidad de cenizas (aerosoles) que erosionarán las turbinas de los reactores de los aviones que sobrevuelen la zona. También se producirá un efecto parecido al llamado invierno nuclear, un enfriamiento de la atmósfera terrestre por el espesamiento de las capas altas de la atmósfera con cenizas oscuras de grano muy fino.

Pero la situación de un foco volcánico en una isla plantea un riesgo adicional siempre temido en este tipo de erupciones marinas. La posibilidad de que una fisura en la isla pueda provocar una intrusión de agua marina en la cámara magmática y la vaporización instantánea del agua con una gran explosión; es lo que se llama una erupción de tipo freatomagmático, que destruiría parte de la isla. Ante esta posibilidad, los daños colaterales -destrucción de terrenos de cultivo, edificios, carreteras- parecen menos graves. Pero después, como ocurrió hace 50 años, cuando todo acabe se producirá un renovado flujo, esta vez benigno, de turismo para observar la zona. De momento solo cabe esperar que no ocurra nada grave en los dos meses máximos que se calcula que durará la actividad volcánica.