Las aporías de posmodernidad

OPINIÓN

Jesús Hellín

09 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

A un científico galáctico, afincado en Madrid, con una renta anual de trescientos mil euros, se le puede convencer de que, si quiere una vida más plácida y feliz, puede hacerse pastor, instalarse en Aciveiro, por ejemplo, y vivir como un bendito, tocar su flauta a la sombra de un castaño, y escuchar el canto del cuco cuando asoma la primavera. Y se le puede convencer porque, dado que los valores tienen un elevado componente subjetivo, es posible que prefiera perder fama, dinero, relaciones sociales y servicios urbanos, a cambio de escuchar el murmullo del Lérez, que, nacido en las brañeiras de A Noveliza, pasa al pie del monasterio como un río adolescente. Lo que no se le debe decir es que, puede ganar la placidez de Aciveiro sin disminuir sus ingresos, sin renunciar al abono del Teatro Real, o sin dejar vacante su cátedra en la Universidad Politécnica. Porque la mayoría de las decisiones vitales son, en realidad, puras opciones, que solo nos ofrecen un bien a cambio de renunciar a otro.

Claro que eso, que siempre fue así, se ha convertido, con la posmodernidad, en un compendio de aporías, en las que se nos ofrecen jaujas y paraísos que no exigen renuncia alguna. Y esa es la razón por la que el discurso imperante en el intermitente final de la pandemia está plagado de contradicciones que en modo alguno se sostienen. Nos anuncian la crisis más grave posterior a la Guerra Civil, y nos convencen de que vamos a salir de todo esto lavaditos y planchados. Se nos dice que nadie va a quedar atrás sin anunciar que para eso hay que frenar la delantera. Se nos habla de las virtudes del gasto sin decirnos que, quien gasta lo que no tiene, ha de enfrentarse -antes o después- a la inflación y al coste de la deuda. Se nos dice que vamos a aprovechar los fondos europeos para cambiar el modelo energético, y no se nos previene de los costes que tiene el habernos convertido en los alumnos más aplicados de la UE.

Se nos dice que la sostenibilidad de las pensiones incluye su ligazón al índice del coste de la vida, y nadie parece darse cuenta de que las pensiones resultantes son las menos sostenibles de la serie histórica. Se nos dice que el repunte de la inflación es la consecuencia inevitable del crecimiento acelerado, y se nos oculta que el crecimiento acelerado se basa en medidas inflacionistas -como inyectar dinero inventado en el sistema- sin prever sus consecuencias ni invertir la relación causal entre crecimiento e inflación. Se nos dice que los fondos Next Generation van a repetir el milagro de los panes y los peces, y se nos oculta que la Administración y las empresas españolas no tienen capacidad para invertir con provecho esta riada de dinero.

Pero España es así. Se pone las anteojeras, como las mulas, y no ve las aporías. Y, aunque presumimos a diario de ser un Estado laico, y haber vencido al catolicismo, todo lo hacemos al grito de ¡viva la Virgen! Por eso me temo que la DANA de esta crisis va a llegar sin que nadie haya limpiado las ramblas y torrenteras.