Europa busca un nuevo Jenofonte

OPINIÓN

AKHTER GULFAM | Efe

28 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El objetivo de la UE -transformar la humillación sufrida en Afganistán en una heroica victoria, y en un manual de estrategia militar para la OTAN- dista mucho de ser novedosa. En los cuatro milenios de historia europea es posible comprobar que todas las generaciones han protagonizado un intento similar, aunque nadie discute que el paradigma de «larga cambiada» y mejor ejecutada es la Anábasis de Jenofonte, cuyo tema es la mercenaria expedición de un ejército griego, a finales del siglo V a. C., con la misión de elevar a Ciro el Joven al trono de Persia. La operación fue un fracaso total y Cirito se quedó sin trono. Pero la presencia de Jenofonte -militar e historiador- en esta aventura consiguió que la crónica de la Anábasis dejase de centrarse en qué se les había perdido a los griegos en Mesopotamia, para focalizar su interés en la heroica retirada de 10.000 mercenarios desde las mesetas de Persia a la costa del mar Negro.

Jenofonte demostró que una humillación bélica puede transformarse en una demostración de la superioridad y el acendrado heroísmo de los vencidos. Y ese es el motivo por el que los servicios de inteligencia de los 27 ejércitos de la UE dedican estos días a la búsqueda de un nuevo Jenofonte que elimine el borrón que la ONU, la OTAN, la Comisión y el Consejo de la UE, y todos y cada uno de los países miembros de esta colosal argallada, han dejado en la espesa crónica de intervenciones discutibles.

Yo traduje algunos capítulos de la Anábasis cuando cursaba cuarto de humanidades en el seminario, donde don Albino nos eximía de versionar las famosas «parasangas pente», que se repetían una y otra vez como medidas de etapa, para meternos sin salvavidas en el busilis de Jenofonte. Y casi siempre nos referíamos a la Anábasis, que es una subida, como una catábasis (descenso), a la que dábamos el recompuesto título de La retirada de los Diez Mil. Porque Jenofonte, lejos de pararse en la parte dura del fracaso, dedicó su inmenso talento a describir el regreso, desde Persia al Mar Negro, sin perder el orden y la disciplina que hicieron posible que muchos soldados regresasen vivos y con ganas de contarlo.

En esas andamos ahora, describiendo la invasión de Afganistán, como una moderna obra de misericordia -o como operación humanitaria, feminista y democratizadora- para olvidar las dos claves de tan infeliz catábasis. La primera, que, como recordó el secretario general de la OTAN, no hemos ido allí a democratizar la política afgana, sino a reforzar el escarmiento programado por el único socio de la OTAN que se basta y sobra para asegurarse a sí mismo. Y la segunda, que todo lo hecho no valió para nada, y que, incluso la Anábasis final, fue un desastre de previsión, organización y ejecución que solo se puede salvar -para la memoria histórica- si un nuevo Jenofonte escribe una epopeya titulada «¡Qué zurra le dimos ellos a nosotros!». Porque, si hay algo peor que no tener política común de exterior y defensa, es carecer de inteligencia y dignidad.