Afganos

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre MIRADAS DE TINTA

OPINIÓN

STRINGER

24 ago 2021 . Actualizado a las 08:52 h.

En ese escaparate de monstruos en que se ha convertido la televisión, sean monstruos domésticos o lejanos, rosas o negros, ideológicos o económicos, ha salido a la pista todo el desastre de Afganistán. Desfilan por igual muyahidines de barbas montaraces y látigo fácil, expresidentes corruptos, occidentales blanqueados con jabón, presidentes en babuchas, soldados camuflados, mujeres veladas de espanto y niños proyectil.

Multitudes huyendo del miedo, lágrimas de atletas paralímpicas, llantos de periodistas amenazadas, llamadas de socorro de mujeres descubiertas a punto de clausura y colaboradores condenados al desguace.

Las redes vierten emociones desatadas, unas braman por el desaguisado, otras dicen que si se les explicara bien a los talibanes por qué no deben tratar así a las mujeres, lo entenderían y serían buenos. Los hay que quieren que vengan todas las afganas a Europa porque aquí es tierra segura para la mujer -los mismos que aseguran que vivimos en un país machista heteropatriarcal que somete a la mujer-, y otros piden el cierre de fronteras a cal y canto gregoriano. Una inútil berrea que durará lo que duren las imágenes en los media.

Pero dentro de todo este circo de horror, amenaza y miedo, los peor parados, los más ignorados, aquellos a quienes los vientos de la corrección política y el lobi feminista ha dejado sin voz, son los afganos. Los hombres afganos no talibanes, los de a pie, los que no llevan kalashnikov ni ojos de serpiente, los afganos sin título ni adjetivo.

Todos esos hombres que montan dos horas de camello diario para recoger un poco de agua sucia que llevar a sus hijos y a su mujer, que solo militan en el fanatismo de la pobreza y el terror de que vengan los talibanes de turno a descuartizarlos y salvarlos.

A esos, no les salva ni el burka.