Afganistán desorienta al populismo

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

Twitter C.Tangana

20 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Ser un populista de la política nacional es algo realmente fácil, electoralmente rentable y hasta divertido. La cosa consiste en plantear soluciones ridículamente sencillas a problemas extraordinariamente complejos, pero sin ser sometido nunca a prueba, porque los responsables de aplicar tus recetas mágicas siempre son los otros. El buen populista lo cuestiona todo, desde la democracia misma al modelo de Estado o la unidad nacional. Los culpables de todos los males, es decir, los malos, siempre son los mismos. «Los ricos», «los de arriba», los bancos, «los poderosos», el heteropatriarcado, los militares, la policía o cualquiera que no comparta su visión maniquea de la vida. No hay por tanto riesgo de equivocarse al señalar a los responsables de lo que sea. Si tú eres un populista, no tienes nunca la culpa ni la responsabilidad de nada, porque los culpables, los malos, son siempre los otros. Y tú siempre eres el bueno. Puedes incluso formar parte del Gobierno pero criticar las decisiones de ese Gobierno o sus consecuencias, como si la cosa no fuera contigo, porque, aunque mientras tú gobiernas suba por ejemplo escandalosamente la factura de la luz, los culpables y los responsables de impedirlo siguen siendo los otros. Los malos.

Todo esto es muy sencillo cuando afecta a la política nacional. Pero, ¡ay!, la cosa se pone más difícil cuando hablamos de política internacional. Porque entonces las cosas se complican y las variables se multiplican. Y ya no es tan sencillo dictaminar quiénes son los buenos y quiénes los malos.

Ocurrió en la crisis de Ceuta con Marruecos, en donde los populistas no sabían si tenían que solidarizarse con los marroquíes que cruzaban la frontera alentados por Mohamed VI, que sojuzga al pueblo saharaui, o con el líder del frente polisario Brahim Gali, que combate ferozmente al régimen marroquí. Optaron por ello por señalar como culpables a los españoles, excepto a ellos mismos, naturalmente. Y lo comprobamos ahora con Afganistán. Los mismos que clamaron contra la invasión de ese país para acabar con los talibanes y su paraíso del terror internacional, critican ahora la retirada de las tropas estadounidenses y exigen que se mantenga la intervención militar para no abandonar a su suerte a los afganos e impedir que gobiernen los salvajes. El populista ya no tiene tan claro quién es el malo. Y, por eso, duda a la hora de aventar su demagogia en Twitter, o entra en contradicciones. Emplea horas en escandalizarse de que el cantante C. Tangana se retrate en un yate rodeado de mujeres, pero apenas dice nada de los talibanes que esclavizan a las mujeres y las someten a la tortura perpetua del burka, cuando no las lapidan. Aquí el populista no sabe si el malo es Biden, el mulá Baradar o el Gobierno títere afgano. Me produce casi ternura ver a ese ejército de trolls frente al ordenador sin saber a quién atacar -excepto a los malos habituales-, o si poner una carita sonriente o una triste al retuitear cualquier información publicada sobre Afganistán. Pobres. El populismo es así.