En Galicia no hay playas naturistas y familiares. Las playas son playas, sin adjetivos. En todas ellas pueden estar nudistas y textiles. No es discutible, pues hay legislación. Desde que en 1995 el escándalo público desapareció del Código Penal, cualquiera puede estar en cualquier playa desnudo, con bañador, con tanga, con bikini, con burkini o con traje de neopreno. Que desapareciese tal concepto de escándalo no quiere decir que hayan desaparecido los escandalizados.
Por más que la Constitución garantice el derecho a la propia imagen y que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos haya dado cobertura legal al naturismo, si a alguien se le ocurre practicarlo en Riazor o Samil seguro que provoca un escándalo. El escándalo no está en el Código Penal, pero está en la mente de cualquier guardián de la reserva moral de Occidente, que emprenderá su cruzada llamando a la policía local y denunciando el hecho con la excusa de proteger a los niños, cuando la propia Unicef recomienda la vivencia naturista de la infancia.
Un agente se plantará en la playa y pedirá al nudista que se vista, lo cual debe hacer para no caer en desacato a la autoridad, a la cual pedirá a su vez el número de placa para denunciar al ayuntamiento y obtener la pertinente indemnización. Si se suceden los casos, el ayuntamiento acabará por recomendar a la policía local que haga caso omiso. Los más informados dirán que hay sentencias del Tribunal Supremo que avalan ordenanzas de municipios donde se acotan espacios de playa para unos y otros.
En Galicia ni hay ordenanzas retrógradas ni hay rifirrafes entre nudistas y textiles. La costumbre y el sentido común evitan el escándalo. Los nudistas no van a playas urbanas, van a Barrañán, Baroña, Bascuas, Barra, o a rincones apartados de amplios arenales, donde no les hace falta ropa para tomar el sol y bañarse, lo cual es sano para el cuerpo y la mente. No se trata de filosofía vital ni de superioridad moral, sino de naturalidad y convivencia.