Desmontar el mir, desmantelar España

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Mariscal | Efe

06 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay quien cree aún que la unidad nacional consiste solo en que ninguno de sus territorios llegue a declararse independiente. Lo cierto es, sin embargo, que tal unidad va mucho más allá de la unión jurídica del territorio del Estado y la indivisibilidad de su soberanía. Los separatistas lo saben y por eso desde 1977 su estrategia ha consistido en forzar un proceso de progresiva destrucción de España desarrollado en varios frentes. 

El primero ha sido la liquidación de nuestra lengua común, para lo cual impulsaron unos llamados procesos de normalización lingüística que, dirigidos a expulsar el castellano, primero de la vida pública y después de la vida social en general, tratan de convertir territorios bilingües en espacios monolingües a la fuerza. El hecho de que los nacionalistas no lo hayan conseguido no significa que no sigan en ello y a los datos que están a la vista de todos me remito.

El segundo objetivo no es menos importante: de un lado, eliminar toda la simbología común, acusándola falsamente de franquista, para sustituirla por la mal llamada propia (pues propio es todo, también lo que nos une, y no solo lo que nos distingue); y, del otro, dedicar cifras millonarias a recuperar, cuando no a inventar directamente, una historia y una cultura que no solo no conformaría la de España, sino que se habría asentado en su contra y resistiendo sus intentos de dominio. El éxito ha sido aquí mucho mayor, y no solo, por desgracia, en los territorios gobernados por los nacionalistas.

La exigencia de más poder, desde lo más pequeño a lo más grande, ha resultado, en fin, el constante envoltorio de los dos objetivos precedentes. Y así, el proceso de construcción del Estado de las autonomías no ha sido para los nacionalistas más que la gran oportunidad para la destrucción del Estado español, que han tratado de adelgazar hasta dejarlo en nada engordando al tiempo el poder de las llamadas naciones sin Estado, que de ese modo iban allanando el camino para separarse cuanto antes.

El último paso, de momento, para acabar con el Estado a base de ir mordiéndole sin tregua poder y competencias es la exigencia de que el mir-el sistema nacional de formación de especialistas médicos, que ha sido uno de los éxitos más rotundos de nuestra sanidad pública- se traspase a Cataluña, lo que significaría inevitablemente acabar por desmontarlo. Un nuevo avance en la destrucción del Estado, que pagarían primero los médicos y, luego, sus pacientes.

Con un cinismo que es ya para este Gobierno forma de actuar habitual, la inefable ministra de Sanidad -que en cualquier otro país hubiera sido ya cesada pese a su dominio del arte de estar siempre sonriente- niega ahora lo que antes estaba confirmado, hasta el punto de haberse ya constituido una comisión bilateral para el traspaso del mir a Cataluña. Y de este modo, pasito, pasito, así con disimulito, el destrozo del país avanza inexorable impulsado por quien debería garantizar la cohesión de toda España: el Gobierno y su presidente.