Mi sincera felicitación a Cataluña

OPINIÓN

SERGIO PEREZ | Reuters

05 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Mientras toda España se pirra por tres kilómetros de vía férrea, o por una grúa para un muelle de contenedores, la inteligente y valiente Cataluña se planta ante el Estado, le dice que no quiere el mejor y más grande aeropuerto del país, porque espantaría a los gorriones, y va el Estado y les obliga a aceptar los 1.700 millones de euros que va a costar un mastodóntico aeropuerto que entrará en servicio cuando las limitaciones de vuelos cortos sean ya realidad.

Mientras el Gobierno le concede a los presidentes de autonomías de segunda división cinco minutos de baile con el boss de la resiliencia, el presidente Aragonès rechaza tan generosa invitación para no mezclarse con la plebe; Urkullu acude, cobrando por adelantado; y los lideres del procés esperan a que el Gobierno de España, vasallo del independentismo, acuda a Barcelona a pagarles en especie -competencias, indultos, vistas gordas, un MIR regional e informes jurídicos a la medida- el tributo pactado por no montar guirigays callejeros, ni utilizar a las juventudes inadaptadas para hacernos faenas similares a las que nos hace Marruecos en Ceuta y Melilla.

Mientras catorce autonomías del régimen común esperan -desde hace tres quinquenios- a que se racionalice el sistema de financiación, Urkullu pacta, por separado, el pingüe y descarado privilegio en que se han convertido los cálculos del cupo, al tiempo que ERC, dueña absoluta de la mayoría de investidura, pacta los presupuestos a su medida, controla sin remilgos la artificiosa legalidad de los decretos leyes e impone su política de borrar la presencia del Estado en el artúrico reino de Wilfred el Pilós.

Mientras algunos esperamos que la gente, o los presidentes autonómicos, o los diputados de la España chuleada, se indignen y den un puñetazo en la mesa, la realidad es que el injusto trato de favor que reciben los grupos más resabiados de la España esfarelada se va asentando entre nosotros con una normalidad aterradora, como si el caótico modelo de articulación del Estado que ahora practicamos fuese la única salida posible. Y así se explica que ante el bamboleo que Sánchez se trae con lo que es y no es España, con lo que se puede pactar o no pactar, y con las famosas líneas rojas que se trazan y borran a la velocidad del rayo, los ciudadanos de este Estado, súbditos acentuados del independentismo rebelde, ya nos estamos acostumbrando a entender cualquier cesión que se haga a Cataluña, y a considerar habilidad política y seriedad negociadora los chantajes que hace el PNV, a cámara lenta, para que su pedigrí siga creciendo.

Por eso felicito efusivamente a los catalanes, y, de rebote, al PNV. Porque han entendido la fuerza política que da el chantaje permanente; porque le han tomado la medida a los gobiernos débiles y acomplejados de la España chuleada; y porque nos han convencido de que la salvación de este país consiste en ver, oír y callar, mientras los audaces chantajistas históricos configuran y confederan, a placer, los nuevos reinos de taifas.