«Estoy flipando al descubrir rostros que no son los que había imaginado bajo las mascarillas»

Cartas al director
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OPINIÓN

SEBASTIEN NOGIER | Efe

05 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Destape sorpresa

Estoy seguro de no ser el único que está flipando mientras descubrimos rostros que no son los que habíamos imaginado bajo las mascarillas de las personas que hemos conocido cuando su uso ya era obligatorio. Resulta que el carnicero escondía un rudo bigote, que los delicados trazos imaginados del mentón de la farmacéutica son secos y duros, y que en la boca de la chica de vocecilla tímida y ojos tristones tiene cabida una sonrisa kilométrica.

Hemos imaginado muchas facciones enmascaradas. Y lo hemos hecho en ocasiones por asociación con las caras de conocidos cuyos ojos tienen cierto parecido con la persona en cuestión, y en otras porque nuestro cerebro ha construido la parte oculta porque le resulta inevitable. Y cuando llega el momento del destape descubrimos que hemos fallado, que la chica que te saludó en la terraza parece haberle robado los ojos a la de la pescadería y que el camarero que te pone el café todos los días le prestó los suyos, y su voz, al chico que te acaba de saludar en el paseo del río.

Decía Cicerón que el rostro es el espejo del alma y los ojos sus delatores. Pero no podemos dejar de imaginar la media sonrisa de un guiño o los morros que suelen dibujarse bajo un ceño fruncido. Chencho Campos. Padrón.

Mi vida, en manos de ineptos al volante

Soy una persona hemipléjica que, gracias a sesiones continuas de fisioterapia desde hace veintiséis años, puedo moverme con dificultad y la ayuda de una inseparable muleta. Cada día, para ir a realizar mis compras, debo cruzar la avenida de Oza a la altura  izquierda de Ramón y Cajal, en A Coruña. Los autocares procedentes de la estación de autobuses y que se dirigen a Os Castros no respetan el tiempo de paso de los peatones; no paran, apenas frenan y la inmensa mayoría circulan sin rebajar la velocidad, cuando pasan de una calle limitada a 50 por hora a otra a 30. El pasado 23 de diciembre un autocar me atropelló cuando ya comenzaba a cruzar y, dado que no puedo retroceder por carecer de estabilidad, le grite que parase, pero me empujo con el lateral y me tiró violentamente al suelo, dañándome la espalda, de lo cual aún no me he recuperado. El conductor se bajó y, como no vio sangre, con un «ah, no ha pasado nada» se marchó sin más. Envié cartas al ayuntamiento, a la estación de autobuses, a la compañía de transporte y a Tráfico, pero he obtenido el silencio por respuesta. Un silencio que arrastro desde que en agosto del 2004 un furgón de una empresa intentó y reconoció querer matarme porque sería «un cojo menos»; en noviembre del 2011 otro autocar me fue acosando hasta que con mucho miedo y dificultad alcancé la acera. Ha habido mucho más casos, el último hace unos días, cuando un autobús me rozó la ropa antes de que yo alcanzara la acera. Esta es mi tortura diaria, estoy segura de que en ese punto, en ese semáforo, dejaré algún día la vida. María Cristina García Pan. A Coruña.