«Nos estamos acostumbrando a desconfiar de todo el mundo»

Cartas al director
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OPINIÓN

Manuel Bruque

02 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Carta al virus

Muy buenas tardes, aún a su pesar, señor virus. Intentando vencerle a usted y a su prole luchan diariamente miles de científicos y millones de heroicos sanitarios. Vaya nuestra gratitud y afecto para todos ellos, esto en primer lugar. Parece que fue ayer cuando se declaró la pandemia que nos cambió la vida. Esa decisión suya de viajero polizón nos sigue obligando a la inmovilidad o al cauto movimiento en campo minado. Cada día desayunamos con nuevas normas que debemos recordar en caso de posible desplazamiento. Debido a lo cual, nos estamos acostumbrando a ir embozados y a desconfiar de todo el mundo.

La pregunta es si pasará o si seguiremos en guardia por generaciones. Inmersos como estamos en la telaraña del miedo se va menoscabando nuestra libertad poco a poco, lo cual es aprovechado por los oportunistas que no dudan en sacar partido de la situación.

Y recordamos las palabras del gran Cervantes, aquello de «tiempos gloriosos aquellos» en los que éramos libres de ir a donde nos viniera en gana con la casi única condición de contar con el billete de vuelta y a veces ni eso. Es usted un gran hijo de virus y le deseo de corazón que la ciencia lo devuelva al lugar de donde ha salido, ya sea Wuhan o la Caja de Pandora. Y que tiren la llave esta vez. M. L. Vilasuso. As Pontes.

Casi protagonista de un suceso

Viernes, 30 de julio, 6.30 horas de la mañana. Salgo a pasear con mi perro por las inmediaciones de la avenida Salvador de Madariaga, de A Coruña, escaso tráfico, apenas gente por la calle, paseamos tranquilos, el perro con su collar, arnés y correa, y al regresar paramos en el semáforo de la rotonda de Salvador de Madariaga, cruce con avenida de Monelos. Allí esperamos en el lado del edificio de Ministerios y en el momento en que el semáforo cambia a verde y damos un paso hacia el asfalto, un vehículo cruza a más velocidad de la que debiera y por poco nos arrolla, por una centésima de segundo se hubiese llevado por delante a un bóxer de 30 kilos que no pasa precisamente desapercibido y seguramente también a mí. Eran las 6.50 horas.

Ante mis gritos, se asomó la mujer que limpia un portal cercano, que me cuenta que ese semáforo no se respeta y no seré la primera ni la última persona que se lleve el susto de su vida.

Cuando escribo estas líneas todavía estoy nerviosa.

La conductora del vehículo, es lo único que pude ver, imposible leer la matrícula, ni se paró ni mucho menos hizo ademán de disculparse.

Y mientras caminaba hacia casa, con el corazón saliéndoseme del pecho, pensaba que podía haber protagonizado una triste noticia, apenas unas breves líneas en el periódico sobre un nuevo atropello en el centro de la ciudad, una mujer con su perro a primera hora de la mañana, durante un paseo antes de ir a trabajar. Graciela Fernández Arrojo. A Coruña.