Túnez, la democracia marchita

Jorge Quindimil PROFESOR DE DERECHO INTERNACIONAL DE LA UNIVERSIDADE DA CORUÑA

OPINIÓN

ZOUBEIR SOUISSI

28 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace diez años, la inmolación de un vendedor ambulante en Túnez, Mohamed Bouazizi, convirtió a este pequeño país en símbolo democrático del mundo árabe al desencadenar la fallida Primavera Árabe. Las esperanzas democráticas no tardaron en frustrarse, incluso de forma traumática, como en Libia, Egipto o, sobre todo, Siria. Las consecuencias terribles en forma de conflictos armados y de crisis de refugiados han sido una constante. Túnez parecía ser diferente. La democracia tunecina parecía haber brotado tímidamente, a pesar de tantas dificultades políticas, económicas y sociales: severos problemas de desempleo -especialmente juvenil-, una grave crisis económica sacudiendo el sector clave del turismo, y con una corrupción política que fue generando un creciente desapego de la sociedad. En este clima emergió la figura del actual presidente, Kais Saied, salido del ámbito académico y jurídico, que arrasó en las elecciones presidenciales de 2019 con un discurso populista de corte conservador, alejado de la clase política corrupta, con un respaldo del 72 % de la población.

El mismo pueblo que le votó masivamente para ser presidente se echó a las calles para pedir la destitución del primer ministro islamista Hichem Mechichi, con fuertes manifestaciones por la nefasta gestión de la pandemia. Túnez es el país africano más castigado por  el covid-19. El presidente Saied escuchó al pueblo, pero fue más allá, concentrando en su persona todos los poderes de forma indefinida y retorciendo la Constitución. Puso en marcha un plan premeditado para imponer una dictadura constitucionalista, según un documento presidencial secreto filtrado en mayo. Este golpe de Estado cuenta con el respaldo del ejército, el mismo que facilitó la caída del dictador Ben Ali en 2011; y del pueblo, el mismo que le votó de forma libre y masiva.

La democracia no solo es un bien escaso en el mundo árabe, sino en el mundo en general, y el golpe de Saied abre un futuro incierto en Túnez, que podría derivar en una nueva dictadura o en unas nuevas elecciones. De momento, parece marchitarse lo último que quedaba de la Primavera Árabe.