Gas ruso, ¿por qué ha cambiado Biden de opinión?

OPINIÓN

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, recibe a la canciller alemana, Angela Merkel, el pasado 15 de julio, en el Despacho Oval
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, recibe a la canciller alemana, Angela Merkel, el pasado 15 de julio, en el Despacho Oval Guido Bergmann / Bundesregierung

24 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En principio, la obsesión de Angela Merkel por completar la construcción del gasoducto Nord Stream 2 tiene algo de misterioso. Este gasoducto, que servirá para traer más gas ruso a Europa, se enfrenta con la desconfianza o la oposición de muchos países de la UE y de la propia Comisión Europea, que teme el control que puede darle a Moscú sobre la economía europea. Incluso dentro del propio partido de Merkel, la CDU, no están cómodos con este proyecto, que a ojos de muchos hace a Alemania el «caballo de Troya de Putin» en la UE. Una posible explicación es que Merkel quiera justificar retrospectivamente su apuesta «verde» por una economía sin carbón y su decisión de paralizar todas las centrales nucleares de Alemania tras la catástrofe de Fukushima. Sin embargo, el hecho es que también están en contra de Nord Stream 2 los propios Verdes, partido con el que, además, todo indica que la CDU tendrá que pactar después de las elecciones de septiembre.

Pero si este empeño de Merkel por seguir adelante con un proyecto tan polémico es sorprendente, todavía lo es más que el presidente norteamericano, Joe Biden, le dé ahora su apoyo. Washington siempre ha visto mal la dependencia alemana (y por tanto, europea) del petróleo y el gas ruso. Nord Stream 2 preocupa especialmente porque una vez que entre en funcionamiento dejará en una posición muy delicada a su aliado Ucrania, cuyo territorio debe atravesar por ahora buena parte del gas ruso. Una vez que esto deje de ser así, Moscú podrá cerrar la espita del gas a los ucranianos, literalmente. Esto no dejaría sin energía a Ucrania porque el país recibe ya su gas ruso rebotado desde Europa, pero perdería una fuente de ingresos crucial en un momento en que Rusia, en la práctica, ocupa parte de su territorio y está concentrando más fuerzas en la frontera. Por eso una mayoría de los dos partidos en el Congreso norteamericano había pedido a Biden que impusiese sanciones al nuevo gasoducto ruso. El propio Biden decía no hace mucho que «Nord Stream 2 es un mal negocio para Europa». Pero esta semana ha cambiado repentinamente de opinión. Ya en mayo se negó a aplicar las sanciones que le pedía el Congreso y ahora ha acordado con Merkel no obstaculizar el proyecto.

La explicación oficiosa de este giro inesperado es que Biden quiere reparar las relaciones con Alemania, dañadas durante el mandato de Donald Trump. Considerando que Nord Stream 2 es un proyecto personal muy discutido de Angela Merkel y que esta abandonará su cargo en septiembre, es una explicación poco convincente. El equipo de Biden también dice que amenazar con sanciones es más eficaz que imponerlas, lo que suena aún más extraño. Es inevitable pensar que este cambio de posición de Biden tiene que ver con la reunión que mantuvo con Vladimir Putin en Ginebra el mes pasado y que podríamos estar ante un nuevo intento de deshielo en las relaciones con Rusia. Fue lo que intentó Obama en su primer mandato (el entonces llamado reset), y con Biden empieza a verse clara una pauta en política exterior: repetir todo lo que hizo Obama en su día, haya funcionado o no.