Pasión por contar la verdad en primera persona

OPINIÓN

David Beriain, en el pueste de Hasser, cerca de Mosul, durante la guerra iraquí
David Beriain, en el pueste de Hasser, cerca de Mosul, durante la guerra iraquí

25 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Cómo atraer la atención de unos escolares de primaria en una charla para explicar la tarea de los periodistas? Lo mejor era echar mano de los avatares de mi compañero David Beriain. No hubo que insistir mucho, le encantaba hablar de su trabajo. Y triunfó. La audiencia infantil se rindió a aquel joven de 25 años, pertrechado con un casco y un chaleco antibalas que hacía pocos meses había utilizado para cubrir la invasión estadounidense de Irak en la primavera del 2003. Disfrutaba como un niño contando sus una y mil historias: cómo silbaban las balas muy cerca de él, cómo no pudo dormir tras vivir su primero tiroteo en el frente mientras cruzaba una colina con los pesmergas (los milicianos kurdoiraquíes) o la sorpresa que se llevó el jefe de la Brilat cuando el atrevido periodista se le presentó en la base de Herat tras recorrer por carreteras sin asfaltar más de 800 kilómetros desde Kabul.

David era todo pasión. Adoraba su trabajo, aunque ese desbordante afán nos helaba muchas veces el corazón. Como cuando decidió pasar de forma ilegal a las montañas del Kurdistán iraquí desde Turquía escondido en el falso fondo de un camión de contrabandistas y estuvimos tres días sin saber nada de él. «Ha sido una locura, pero ha merecido la pena», contaría David a su vuelta.

Nos admiraba su perseverancia en contar en primera persona todas las historias con todos sus matices para llevar la verdad a los lectores. Pero no era un temerario ni un inconsciente, sabía de los riesgos que corría. Sabía también que era «un privilegio observar la historia desde la primera línea», como el mismo contó.

Los que tuvimos la suerte de tropezarnos con él echaremos en falta sus charlas contando sus peripecias por Bagdad, Diwaniya, Kabul... Sus anécdotas con los civiles que vivían la barbarie de la guerra o los miedos de los soldados españoles y estadounidenses, mientras dábamos buena cuenta de las galletas de su tía Blanqui. Pasar por Artajona para ver a los suyos le cargaba las pilas. Su familia y sus amigos eran su otra gran pasión. A su productora le puso el nombre de 93 Metros, la distancia entre la casa de su abuela y el banco de la iglesia donde rezaba.

«La guerra saca lo mejor y lo peor de la gente», señalaba en una crónica en abril del 2003. También confesaba que después de haber vivido un conflicto como el de Irak ya nadie vuelve a ser quien era. Era el mejor periodista y el mejor compañero. Algo que dejó muy claro cuando se negó a abandonar en aquel maldito lugar de Burkina Faso a su compañero malherido Roberto Fraile aquel 26 de abril del 2021 que nos partió el alma. Como él mismo dijo, el mejor homenaje a los periodistas que caen es repetir una otra vez las historias que nos contaron.