Cuando salí de Cuba

OPINIÓN

Ernesto Mastrascusa | Efe

19 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Si estuviese operativa la hermosa inversión doctrinal que formuló el profesor José María Valverde -nulla ethica sine aesthetica-, cuando, para solidarizarse con los profesores Aranguren, Tierno y García Calvo, dimitió (1965) de la cátedra de Estética de la Universidad de Barcelona, la dictadura de Cuba -castrista con Fidel y Raúl, y putrefacta con Díaz Canel- habría desaparecido hace más de cuarenta años, sumida por las cloacas de la historia, y sin dejar tras de sí la amarga lección de que, cuando un sistema político no cumple los requisitos de una democracia, no hay demagogia, ni épica, ni relato, ni música, ni poesía, ni represión que lo pueda blanquear.

Y, si ese final no llegó, no fue porque la sentencia de Valverde no tuviera validez universal, sino porque, tan pronto como los cubanos se dieron cuenta de que la revolución había fracasado, y que no iban a ver ni paraíso social, ni político, ni económico, el castrismo derivó hacia un régimen totalitario, que, valiéndose de su contexto isleño y de su condición de verso suelto de la política internacional, taponó todas las salidas hacia la modernidad, y se hizo hermético para la libertad.

Incluso así -aislado, represor y totalitario- hubiese caído si la socialdemocracia asentada en países ricos y en democracias avanzadas no hubiese desarrollado -con la ayuda puntual del exhibicionismo de líderes como Fraga Iribarne- un mecanismo de blanqueo y convalidación que, invocando el señuelo de la igualdad, o la solidaridad paisana, mantuvo viva la miseria de medio mundo. Una forma de decir y definir que, basándose en el socialverbalismo ramplón y pertinaz, del que Castro fue campeón, y olvidándose de que la política solo se conoce y mide por sus obras, y no por las utopías fracasadas que promete, aplicó su inteligencia a dos juegos favoritos: el de distinguir entre los totalitarismos fascistas y los totalitarismos socialistas y comunistas, como si unos fuesen veneno y otros agua bendita; y el de hacer elucubraciones y lamentos sobre las contradicciones del capitalismo que impera en Alemania, Francia, el Reino Unido, los Estados Unidos, Italia o España, para enfrentarlo con esos socialismos y populismos de izquierda que ejercen de salvadores voluntarios, sin que nadie se lo pida, en los países que se dejaron embaucar por la promesa de repetir el milagro de los panes y los peces, cuya esencia consiste en repartir lo que en realidad no hay.

La pervivencia -más que tolerada- de la dictadura castrista, cuya única salida apunta hacia un tiempo de caos y miseria difícil de imaginar, solo se explica por la asombrosa y macabra extensión del discurso buenista que la mantuvo -y aún la mantiene- en contra de toda lógica y evidencia. Por eso me temo que, si no cambiamos de partitura, y seguimos silbando el mismo estribillo mientras miramos hacia otra parte, la miseria de Cuba seguirá campando por sus respetos en los terrenos de la economía, la dignidad, la libertad y la democracia. Y de ello, lamento decirlo, no somos inocentes.