Ocho monjas en la Ribeira Sacra

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

ALBERTO LÓPEZ

18 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace muchos años que conozco la Ribeira Sacra. Mi familia paterna es originaria de Cristosende, en Castro Caldelas, y he trabajado allí en diferentes ocasiones. Más recientemente participé en la comisión técnica que coordinó el Valedor do Pobo que trataba de recoger y actualizar la información sobre el patrimonio natural y cultural del territorio, lo que dio origen a una publicación, junto con Augusto Pérez-Alberti y el fotógrafo José L. M. Villar, de una pequeña guía del paisaje vegetal.

A lo largo de esos años siempre he tenido claro que las agresiones al territorio tendrían sus efectos algún día. Obviamente no me planteaba que sería al proponer la Ribeira Sacra ante la Unesco como Patrimonio Mundial, pero pensaba que repoblaciones, invasiones, embalses, etcétera, acabarían pasándonos factura y así lo expresé en varias ocasiones; lamentablemente, el informe del Icomos me recuerda que tenía razón.

Basta ver las formaciones de mimosa en Santo Estevo, en Atán, en Pombeiro, en San Cosmede..., o las repoblaciones en el mirador da Cividade, en A Cubela, en Doade, o en Vilachá, para percibir que la Ribeira Sacra ha sido insistentemente maltratada. El paisaje de los bosques, el agrícola o el del agua se encuentran entreverados de formaciones ajenas al territorio, enviando un mensaje de cómo concebimos el respeto al patrimonio natural.

Pero, al margen de lo anterior, ya difícilmente subsanable, el gran problema es la integración de embalses, parques eólicos y canteras a cielo abierto en la propuesta, algo que más de una vez afloró en las discusiones de la comisión antes citada. Dicho de otra manera, ¿cuál es el sentido de esas heridas en el paisaje cultural? ¿Qué nos dicen sobre la viticultura heroica o el legado monástico? Y la respuesta, obviamente, no es fácil.

La Convención de 1972 para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural establece que ciertos lugares de la Tierra con un «valor universal excepcional» pertenecen al patrimonio común de la humanidad. Pero la convención es única porque liga el concepto de conservación de la naturaleza con la preservación de los sitios culturales, para permitir «afrontar los desafíos contemporáneos relacionados con el cambio climático, la urbanización descontrolada, el turismo de masas, el desarrollo socioeconómico sostenible y las catástrofes naturales».

Creo que la gestión que se ha hecho de la propuesta es más que discutible, aunque es obvio que las causas del rechazo no son responsabilidad de los actuales responsables. Lo que sí es importante, y es su responsabilidad, es que aprendan que sus decisiones tienen consecuencias, y que cuando autorizan un parque eólico, un embalse o una cantera pueden estar hipotecando el futuro de un territorio.

En resumen, creo que hay que hacer un esfuerzo en reformular la propuesta en su delimitación y coherencia y, de manera especial, en la restauración de los hábitats naturales. De no ser así, ni las oraciones de las ocho monjas de Ferreira de Pantón, la única comunidad monástica que aún existe en el territorio, cambiarán el sentido del informe.