Sánchez, pintor de trampantojos

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

MONCLOA / Borja Puig de la Bellaca

14 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En la segunda semana de mayo, pocos días después de la debacle del PSOE en las elecciones de Madrid, con el covid cayendo tras la cima alcanzada en la cuarta ola y la cercana llegada del oro de Bruselas, el Gobierno decidió que era el momento de anunciar que una nueva etapa comenzaba. El mensaje -mera propaganda, por supuesto- fue expresado por Yolanda Díaz mejor que por ningún otro ministro: «La legislatura empieza ahora», proclamó, quizá olvidando que ya llevaba dieciocho meses en el cargo.

El objetivo de ese nuevo amanecer -frenar, primero, e invertir, luego, la caída de votos de la izquierda que anunciaban las encuestas y había confirmado el desastre en la autonomía madrileña- se frustró, sin embargo, antes de que el día hubiera abierto. Pues la realidad es terca por más que un Gobierno se empeñe en negarla o manipularla: las encuestas no solo no mejoraban sino que cada día empeoraban.

Fue entonces, visto el rotundo fracaso de una operación de pura imagen, cuando Sánchez, movido por ese instinto de supervivencia que es el principal motor de su carrera, decidió que había que dejarse de homeopatía, coger el bisturí y abrir ¡la segunda parte de la segunda parte de la legislatura! ¿Para qué? Es evidente: para endilgar la responsabilidad de todos los males del Gobierno, que estaban provocando el desapego de los votantes socialistas, a Redondo, Calvo y Ábalos (¡los tres cesados!); a la portavoz, que no sabía transmitir el fantástico balance del Ejecutivo, y a Iceta, que no lograba avanzar en la solución del problema catalán (¡sustituidos!). Y, ya de paso, a Duque, que estaba en la luna; a González Laya, que lo acompañaba; a Campo, metido en los indultos que tocaba ya olvidar; a Celaá, por no saber pactar, y a Uribes, que estorbaba para hacerle sitio a Iceta (¡todos fuera!).

Ese, claro, debería ser un mensaje solo implícito, pues explicitarlo hubiera obligado a Sánchez a explicar que todos mandaban porque él lo había decidido, lo que lo convertía en responsable último de la gestión de cada uno. Y a reconocer que todos eran ministros maravillosos cuando el presidente los nombró, tanto al menos como geniales son al parecer los que el lunes tomaron posesión.

Un Gobierno, el nuevo -proclamó Sánchez para justificar la escabechina- más joven, con más mujeres y más ecologista. Explicación, claro, realmente pintoresca, pues según esto el mejor ejecutivo imaginable sería el formado solo por mujeres de 18 años asociadas a Greenpeace (lo que dejaría fuera al presidente).

Pese a que dos de cada tres electores confían en Sánchez poco o nada, el presidente ha decidido que él y el pastón que va a controlar personalmente se sobran y se bastan para sacar al PSOE del agujero en que ha caído tras la gestión calamitosa de un Gobierno que, digámoslo con toda claridad, en lo sustancial sigue como antes: presidido por Sánchez en coalición con Podemos y sostenido en el Parlamento por ERC, el PNV y Bildu. Todo lo demás es un mero trampantojo para engañar a los incautos.