«La gran belleza» de Raffaella Carrà

OPINIÓN

Raffaella Carrà en una imagen del 6 de julio de 1981 en Madrid
Raffaella Carrà en una imagen del 6 de julio de 1981 en Madrid Europa Press

10 jul 2021 . Actualizado a las 10:14 h.

A las pocas horas de morir Raffaella Carrà voy en busca del refugio de La gran belleza, la película de Paolo Sorrentino. Y esa enorme escena de minutos y minutos del comienzo que nos zambulle en el fiestón alocado que arranca a ritmo de Raffaella Carrà y Bob Sinclar: «Ah, ah, ah, a far l’amore comincia tu». Es el sonido brutal que el director italiano elige para movernos a una reflexión: la de una clase de vida en peligro de extinción. ¿Se nos escurre esa belleza? Y ahí está Jep, el protagonista, envuelto en la espiral de lo efímero, de las noches que vuelan, de las copas, de la alegría, del sexo, de la dolce vita italiana que se hace tan necesaria. Sorrentino no falla y escoge a Raffaella Carrà como la representación de esa explosión que tan bien ella simbolizaba. La fiesta, la energía, la fuerza del corazón, los amigos, el baile. Raffaella se descubre ahora que ya no está con esa misma melancolía que se refleja en Jep, como esa gran belleza fugaz que solo podemos apresar en un momento. Un sentimiento que no hace feliz al que la posee, sino al que la ama y la cuida. Al bon vivant que sabe lo que se pierde, y aunque Sorrentino nos plantea en el fondo, con esa Roma imperial como decorado, que en verdad la belleza no está en la vida, sino en el arte, cada vez que suena «Ah, ah, ah, a far l’amore comincia tu» Raffaella se aparece como una escultura brillante. Y con su purpurina deslumbrante nos susurra que allí donde nos cantó ella se escondía, en realidad, la gran belleza.