El virus con una base ideológica en la desigualdad

Rosendo Bugarín MÉDICO DE FAMILIA DE MONFORTE DE LEMOS

OPINIÓN

20 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Debo confesar que cuando ya hace casi tres décadas empecé a interesarme, como médico, por el fenómeno de la violencia de género pensé que se trataba de un problema que se controlaría simplemente con el paso del tiempo, que a medida que transcurrieran los años, el progreso haría mella en la educación y forma de vida tradicional de nuestras anteriores generaciones y nos llevaría, espontáneamente, a una sociedad más justa e igualitaria.

Naturalmente, era consciente de que nunca llegaría a desaparecer por completo, al igual que nunca llegarán a cero otros tipos de delincuencia. En cualquier caso, fui un ingenuo, nunca imaginé esta deriva.

La verdad es que la lucha contra esta lacra nos ha dado muy pocas alegrías. La primera distorsión cognitiva la sufrí al enterarme de que en otros países, considerados socialmente más avanzados como son los escandinavos, las tasas de agresiones contra las mujeres no solo no son menores que las nuestras, sino que incluso son más elevadas.

No menos impresionado me sentí cuando saltaron las alarmas al comprobarse que las generaciones jóvenes aún son más tolerantes con las conductas relacionadas con la violencia de control que la población general. Uno de cada tres adolescentes considera aceptable, en determinadas circunstancias, controlar los horarios de su pareja o no permitir que trabaje o estudie.

Pasan los años y los feminicidios se mantienen o incluso aumentan y, además, aparecen sucesos espeluznantes de violencia vicaria.

Tengo dudas de si he hecho bien en aceptar la invitación que me brinda La Voz de Galicia ya que no puedo ser optimista y, además, no tengo respuestas a la pregunta que encabeza estas líneas.

En cualquier caso, aunque pocas, creo que sí tengo algunas cosas claras: desgraciadamente nos queda violencia de género para rato y su control no va a venir de manos de los sanitarios, ni de los servicios sociales, los policías, o los juzgados. Nuestro papel consiste simplemente en la prevención secundaria, es decir, en detectarla precozmente (cuando ya se produjo) y así establecer mecanismos de protección que la hagan progresar, tratando de minimizar sus secuelas y la posibilidad de nuevos episodios. Y hay que decir que incluso esto no lo hacemos bien, los resultados están a la vista.

Sin duda, el virus de la violencia de género se sustenta en una base ideológica de la desigualdad, por ello, solo se podrá combatir inculcando a la sociedad valores como la libertad, la tolerancia, el respeto y el compromiso. Pero, me temo que hay algo que se nos escapa…