Arenales pospandémicos

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre MIRADAS DE TINTA

OPINIÓN

CARMELA QUEIJEIRO

08 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Se levantó el banderín de salida en el tour de force del verano y los arenales se llenaron de gente cruda y ávida de sentir la caricia del primer sol rebelde a la pandemia.

En los más jóvenes se podía apreciar la expansión desenfrenada de tatuajes hasta las cejas. La moda viral que ha trasladado los grafitis de las paredes a los brazos, las piernas, el pecho, el cuello y los huecos secretos de adolescentes necesitados de rubricar su identidad para el cómic del TikTok y el Instagram. ¿Cuándo tomarán conciencia de lo cansino que puede ser llevar toda la vida pintada la flor de loto en el muslo y el yin-yang en la pechera (cuando no el símbolo del infinito en el pescuezo o una cita en idioma ininteligible navegando la cara anterior del antebrazo)?

Junto a los estrambóticos diseños epidérmicos de los jóvenes, las playas de la Galifornia sufrieron la invasión de los anticuerpos pospandémicos surgidos de los excesos dietéticos de la calamidad. Enmascarados o a pelo, el paisaje en general despedía un aroma de nutricionista y rehabilitación tras meses de inmovilidad telemática.

Pero lo relevante del fin de semana fue volver a habitar de nuevo un paisaje playero -que el año pasado era más un decorado del Planeta de los Simios que un lugar de expansión lúdica- donde plantar sombrillas, neveras campineras, niños croqueta y abuelos de meybas colosales. Bienvenida sea esta normalidad a medio gas.

Bastó un paseo por la orilla, observando la fauna y flora humanas, para confirmar que lo único que no ha variado son los pies pescanova que te procuran las aguas escarchadas del Atlántico recién estrenado.

Y los niños azules que emergen del mar tiritando bocadillos de mortadela, plátanos que tienen mucho potasio y polos de formas y colores imposibles.