No indulten a la mentira

Xose Carlos Caneiro
xosé carlos caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

PAU VENTEO - EUROPA PRESS

07 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Me gusta la literatura dentro del cine, no al revés. Hoy, sin embargo, abunda lo contrario. Hay novelas de considerable éxito que en poco difieren de un guion cinematográfico. Nos hemos acostumbrado a que se creen macrotextos, fundamentalmente en política, eso que llaman el relato, y ya todo está impregnado de cine: imagen y ficción. Luego me detendré en ello. Antes voy con uno de mis cineastas predilectos, al que han perseguido últimamente de modo cruel. 

Hablo de Woody Allen, literato que lleva su literatura a la pantalla grande. Vayamos a Manhattan, la ciudad, la música de Gershwin y el convulsivo Ike, o Woody Allen, perpetrando con lucidez su biografía enamorándose de una mujer mucho más joven que él. Este film, como la gran mayoría de las películas de Allen, roza el ensayo o la confesión moral. En una de las escenas, Ike, director cinematográfico, graba en un magnetófono una meditación obsesiva sobre la intimidad, el sentido de la existencia o de su propio cine, el sentido de una vida que, a veces, carece de sentido: «Idea para un cuento... sobre gente de Manhattan, que continuamente se crea enormes problemas neuróticos, innecesarios, porque eso le permite evadirse de otros problemas más graves y aterradores del universo... ¿Por qué vale la pena vivir?... Es una buena pregunta».

El tono existencial es propio de Allen. También de este tiempo confuso que nos ha tocado vivir en más de quince meses. Algo ha cambiado. No, no saldremos mejores de la tragedia coronavírica. Saldremos habitando la mentira. La pregunta de Allen debía ser esta: ¿por qué vale la pena vivir en la mentira?

Sobre vivir en la mentira reflexionó Milan Kundera en La insoportable levedad del ser. Concluía que no podemos vivir en la verdad porque dependemos de los públicos, de los que nos miran, observan o votan. Nunca en el arte de la política se bajó a estos lodos de engaño, uno tras otro, sin ningún tipo de reparo moral.

Los que se denominan «el Gobierno de la gente para que nadie quede atrás» suben los impuestos de las clases populares y, aumentando más que nunca el precio de la luz, ya no piden la dimisión de ninguno de los suyos. A Rajoy, subiendo la luz diez veces menos que ahora, le pidieron que se fuese. Los mismos que decían no a los indultos, ahora dicen sí. Los que no podrían dormir gobernando con Podemos, están juntos en el mismo lecho del poder. Los que decían mascarillas no, después nos las pusieron hasta manducando o bebiendo. Sorbo, mascarilla, sorbo, mascarilla. Los que alababan las virtudes de una vacuna, a los pocos días dijeron que había que poner la otra. Y la gente se hartó. Por eso arrasó Ayuso en Madrid. Y, por lo mismo, más del 90 % de la gente que, según el Gobierno debía inocularse con Pfizer, eligieron AstraZeneca.

Tengo la sensación de que en este Gobierno ya solo confían los que dependen de él para sobrevivir, en la política o en su economía. La ciudadanía ya no indulta a la mentira.