Las lágrimas de Aschraf

Abel Veiga PUNTO DE VISTA

OPINIÓN

JON NAZCA | Reuters

03 jun 2021 . Actualizado a las 08:55 h.

Son lágrimas de rabia, de desesperación. A unos metros de la orilla. Exhausto, busca veloz con la mirada una oportunidad. Sabe que hay soldados en la arena. Es Ceuta. Su cintura y dorso están cimbreados de botellas de plástico vacías que juegan como flotadores ocasionales entre la miseria y desesperación y el sueño por llegar a España. Ha sido uno de tantos miles que han tratado estos días de entrar en Ceuta. El juego de la tensión política, mezquina, sigue su lento transcurrir. No hay prisa. Se anuncian al otro lado de la frontera represalias frente a España por su postura sobre el Sáhara. Pero nadie quiere hablar sobre el Sáhara. Ni menos que se organice el referendo que nunca se ha hecho ni se quiere hacer. Es la liturgia del oportunismo y el chantaje, no la del té. Pero no el saharaui. Este es hospitalidad, cortesía, los tres tés: el primero amargo como la vida, el segundo dulce como el amor, y el tercero suave como la muerte. Pero al otro lado de la frontera, entre el Sáhara y España, las cosas siguen otro ritmo. Otros hechos.

Aschraf es ese adolescente que hemos visto en las imágenes tratando de llegar a la orilla con sus rudimentarios flotadores y que se echa a llorar encogido y acogotado, pero valiente al ver frustrado su sueño. Enseguida unos soldados del ejército español le conminan a que se acerque y él trata de salir corriendo e incluso escalar un pequeño muro que separa el arenal del paseo. Llora encogido como aquel que se cae a solo unos metros de la meta. Como aquel que tuvo la gloria en una mano. Europa. La meta.

Ahora la fiscalía anuncia que estudia las devoluciones en caliente. No ha habido asistencia letrada a menores. Pero este chico dice que ha sido devuelto y ha ingresado sucesivamente varias veces en Ceuta. Su historia es dura. Como la de muchos que tratan de llegar a este lado indiferente de la sociedad. Aschraf fue abandonado al nacer. La madre que lo adoptó murió cuando él tenía poco más de diez años y ahora vive en un barrio de Casablanca acogido por una viuda. Encarna perfectamente el drama humano y la desesperación.

Las lágrimas de Aschraf desnudan el cinismo de algunos y la inocencia y rabia de niños y adolescentes que sueñan con lo único que tienen, la libertad de soñar que buscan y encuentran un futuro mejor. Ahí no hay engaño. En el tablero político de intereses cruzados siempre lo hay.