Oli y Anna, las niñas de Tenerife

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Miguel Barreto | Efe

02 jun 2021 . Actualizado a las 18:53 h.

Oli tiene seis años y hace kárate e hípica. Tiene que volver a hacer kárate e hípica. Ojalá las aguas pudiesen regresar a su cauce, y las niñas a su hogar. Ojalá se pudiese darle cuerda a la vida y borrar todo este inmenso disparate. Anna, su hermana pequeña, nuestro peluchito como la llama, apenas pasa del año. Las dos son rubias como el sol, dos ángeles de trigo. Todos conocemos sus imágenes, por si cualquiera puede ayudar a encontrarlas, alguna pista, algún indicio, algún atisbo del que tirar. Ahora su madre, Beatriz Z., cuenta que cada día le es más difícil levantarse sin sus niñas a su lado. Pisar el infierno.

El horror de haber conocido a ese hombre con el que tuvo a estas dos hijas maravillosas. Ese hombre que ha decidido que las niñas y su expareja eran unas propiedades más de todas las que tenía a su nombre.

Así de terrible es. Así se resume ese absurdo sentido de la propiedad. Nadie es de nadie. Ni las parejas ni nuestros hijos. Los hijos son de la vida, como nosotros. Cuando cumplen años lo comprobamos. Tienen que hacer su camino, con buen pie o con mal pie, pero su camino como lo hicimos nosotros.

Ese hombre que no soportaba que su ex pudiese rehacer su vida junto a otra pareja. Típico y peligroso, muy peligroso. Encima se quejaba de que era un hombre mayor con el que ella estaba, ella que podía elegir estar con quien quisiera. A él le parecía mal que fuera un hombre mayor, cómo un viejo iba a cuidar de sus niñas. La explosión cegadora de los celos en una mente que no entiende. Lo que no soportaba es que ella no lo quería. Que ella se había alejado de él para siempre con todo el derecho que nos da la libertad.

Casarse, tener pareja, traer hijos a la vida, no es atarse, condenarse. Pero hay muchos hombres que no lo comprenden. No hay comprensión donde no hay empatía. No hay empatía en quien es capaz de secuestrar a sus hijas, de llevárselas para herir a su ex. Para hacerla sufrir, donde más le duele. ¿Y sus hijas? Sus hijas tampoco le preocupan. Son también propiedades, fincas. Ahora el buque Ángeles Alvariño, que salió del puerto de Vigo, las está buscando con un sonar de barrido lateral y un robot submarino, en el punto del océano donde él se deshizo de seis bultos sospechosos. ¿Podrían ser los de sus hijas? No sé cómo la madre es capaz de seguir adelante, el terror que debe sentir. Continúa por ellas: «Mi corazón late muy fuerte para encontrarlas». Un tipo que no quería que se criasen con un viejo, que prefería secuestrarlas y tentar el peor desenlace.

El miedo es dolor.