La muerte de Saúl, ese niño de 13 años

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

AFP7 vía Europa Press

25 may 2021 . Actualizado a las 09:19 h.

No me lo quito de la cabeza. Peor. Se me metió dentro de la cabeza, como clavo. Me sobresaltó en el sueño la pesadilla. Conozco el lugar donde perdió la vida ese niño de 13 años. Entré y salí muchas veces de ese párking de la plaza de Santa Ana en Madrid. Supongo que los amigos de los padres pensaron en dejar ahí la furgoneta en la que llevaban a Saúl, al mellizo de Saúl y a otros críos, según las crónicas, por la cercanía a la plaza de Neptuno, adonde querían ir a celebrar la victoria en la liga doméstica del Atlético de Madrid.

La fiesta que se convierte de golpe en tragedia. Como si a veces el tapón de una botella de cava para disfrutar pudiese ser un disparo para herir, se parecen tanto los sonidos. El chaval no debió de darse cuenta de que llegaban al aparcamiento y sacó medio cuerpo por la ventanilla (en lo que pensó una imprudencia menor, o ni siquiera alcanzó a pensarlo, dejándose llevar por la alegría que le recorría su cuerpo). Chocó contra el muro. Hay sucesos que te dejan congelado. Una foto de la noticia era terrorífica. Se veía la bandera rojiblanca del niño sola, en el suelo, sobre el asfalto. Abandonada, mientras los servicios de emergencia intentaban la reanimación del muchacho durante más de una hora. No fue posible.

Tuvieron que llamar a los psicólogos para atender a la familia. No quiero pensar el infierno en el que vive desde ese instante la conductora, las veces que meditará en el motivo por el que no se fue a dejar el coche en otro lado. Un segundo antes. Un minuto después. Otro resultado. Pero no es culpable.

No hay culpables cuando la muerte se presenta con su traje más absurdo, con su tarjeta de presentación más sorpresiva, cuando corta el aliento de un chico que solo buscaba gritar el título de su equipo. Vaciar sus pulmones en la felicidad de los goles de Correa y Luis Suárez. La vida es extraña. Tiene más efectos secundarios que un prospecto médico. Cobra unas facturas con las que nunca cuentan los que tienen que pagarlas para siempre.

Explica el periodista Pedro Simón, hincha del Atleti, en El Mundo que Correa, el delantero del equipo, saboreó el hambre y perdió a su padre a los 10 años. A un hermano a los 12. Se le suicidó otro. A los 19 fue operado de un tumor en el corazón. Y el domingo marcó el primer gol, el que le puso oxígeno a la remontada. La vida no atienda a razones.

La muerte de un chaval siempre es brutal, no sigue la cadencia de las biografías. Abre un acantilado entre capítulos. Se rompe la cadena y a los padres se les tiene que borrar todo. Como si desaparecieran los contornos, los límites, como si las frases dejasen de entenderse. Crías a tu chaval durante millones de minutos, que podrían llenar un montón de relojes de arena, y, de pronto, le dejas celebrar y se apagan las luces, sin explicación. El azar como motor del absurdo del vivir. Un desierto. No existen las precauciones cuándo toca el destino frío.

Nunca sabemos cuando el polvo será ceniza.