La grave devaluación de la política

OPINIÓN

E. Parra. POOL

22 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La fatídica conjunción de la crisis financiera del 2008 y la sanitaria del 2020 produjo una tercera crisis, la política, que amenaza con prolongar las anteriores y frustrar la normalización que tanto deseamos. La primera de las crisis, caracterizada por la emergencia de una fuerte indignación y desafección contra los políticos, produjo una alteración sistémica que fraccionó la estructura de partidos de la Transición, desplazó el ideal de gobernabilidad y estabilidad hacia un mítico pluralismo -mal definido y peor entendido-, y dio paso al macabro baile electoral que nos hemos marcado entre el 20015 y el 2018. La segunda crisis, acentuada por la irrupción de la pandemia en la actual legislatura, asentó la idea de que esa ingobernabilidad estructural solo se puede resolver con estas mayorías contradictorias e inestables que pusieron patas arriba la agenda pública, la gestión administrativa y la financiación del Estado, y que instalaron en la ciudadanía la populista convicción de que este barullo «es lo que hay», que ha nacido por generación espontánea, y que estamos obligados a soportar, impasible el ademán, los esperpentos marcan la política diaria.

Y la tercera crisis, la política, se muestra ya en una sibilina devaluación de la política, que tiende a emponzoñar el escenario democrático. Porque, no habiendo ninguna posibilidad de que estas mayorías discontinuas gobiernen España, ni de casar el programa del PSOE con el de UP, ni de diseñar un programa que vaya más allá de «vacunar, vacunar y vacunar», o de «gastar, gastar y gastar», estamos metiendo vicios intolerables en el sistema. Por ejemplo, escapamos del Parlamento para ocultar los defectos de la mayoría que lo controla, pero mantenemos una agenda legislativa preñada de ocurrencias y precipitaciones, para que una posible fatiga de ingobernabilidad no resquebraje la solución Frankenstein.

No dialogamos con la oposición para no contagiarnos de fascismo e insensibilidad, pero extendemos la idea de que la democracia es un lujo que se puede practicar cuando no pasa nada, pero que debe ser sustituido por una adhesión incondicional y acrítica cada vez que el Gobierno queda enmarañado en sus ocurrencias e ineficacias. Afirmamos que hay que soportar las zarandajas de la mayoría, porque así lo decidieron las urnas, pero queremos que la oposición no ejerza cuando sus críticas debiliten a Sánchez, como si el estatuto de oposición, en vez de ganarse en las urnas, se comprase en la feria de Barcelos.

Y con esto comulgamos, con vistas al 2050, mientras Sánchez reparte credenciales de fascismo, deslealtad y falta de sentido de Estado. Porque la idea subyacente es que la democracia no vale para superar conflictos; que solo los líderes providenciales driblan los atascos, y que el pluralismo que nos prometió la nueva política ha quedado reducido a las dos opciones -«PSOE o PSOE»- que Sánchez proclamó en la noche electoral. Por eso estamos desgobernados, aunque usted crea que todo esto empezó con las plagas de Egipto.