El resultado final de las elecciones madrileñas no ha deparado nada que las encuestas no nos hubieran adelantado con anterioridad, salvo la de Tezanos, claro. Ayuso arrasa; Mónica García emerge; Gabilondo se hunde en su insipidez; Monasterio será influyente y Pablo Iglesias, el último de la fila, ya no cuenta y se va.
La gran victoria de Ayuso es también una gran victoria para el Partido Popular y para el propio Casado, necesitado de relacionarse con el éxito, aunque él no haya contribuido mucho. Pero, al mismo tiempo, se avecina un gran dolor de cabeza para el líder de los populares, que ahora se encuentra con dos referentes en su organización: Ayuso y Feijoo. Ambos son antitéticos. Los dos mezclan mal y los dos protagonizan estilos de hacer política que están en las antípodas. El ala más a la derecha del PP tendrá en Ayuso el ejemplo a seguir, mientras que la derecha moderada es más de Alberto Núñez Feijoo.
¿Cuál será el rumbo que a partir de ahora tomará Pablo Casado? ¿Caerá el líder de la oposición en la tentación (y en el error) de pensar que Madrid no es solo la capital de España, sino España en sí misma? La respuesta a esta pregunta será una de las claves principales de la política española a medio e, incluso, corto plazo.
Y, por otro lado, hay que referirse a Pablo Iglesias, que ha pasado de ser vicepresidente de España a no pintar nada ni en Madrid. Su mesianismo se ha tornado en un gran bluf. Su heroica llegada como refuerzo de la izquierda para acabar con el imparable ascenso del fascismo se ha traducido en diez diputados. Una nimiedad que convierte en irrelevante al partido y que nos hace preguntarnos qué es lo que pasó realmente por su cabeza cuando tomó la decisión de dejar el Gobierno. De todas formas, a partir de ahora es cuando comenzaremos a ver si la mano de Yolanda Díaz se nota y Unidas Podemos entra en una dinámica constructiva y abandona la crispación permanente que dejó Pablo Iglesias.