La Superliga: «Panem et circenses»

OPINIÓN

Manuel Bruque | Efe

24 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

No se apuren, ni dejen de leerme. Porque, obviando mi reputación de excelente todólogo, no voy a explicarles qué es el fútbol, cómo se organizan sus ligas, cuánto dinero genera, quién se lo lleva crudo o si los sueldos de los astros han de actualizarse con el IPC. De esto no se debe hablar aquí, sino en la barra del bar, por lo que, tras recordarles que solo soy un politólogo provinciano, me limitaré a volver a establecer la clásica relación entre fútbol y política para sacar una conclusión de capital importancia.

Los intelectuales más enrollados de los años sesenta, que algunos había, y que estaban igual de despistados que los de hoy, nunca renunciaron a la matraca de que el fútbol triunfaba en España porque Franco era un dictador que, siguiendo -sin saberlo- la técnica de los emperadores romanos, nos daba «pan y circo», a caño abierto, para que no tuviésemos tiempo de pensar en otra cosa o escuchar La Pirenaica. Y nosotros, inocentes, lo creíamos. Algunos éramos tan progres y tan rebeldes -aunque les parezca mentira- que nunca veíamos un partido de fútbol, ni siquiera las finales de la Copa de Europa, para no darle gusto a tan infausto caudillo.

Pero llegó la democracia, salió el sol por Granada, y no por Antequera, y enseguida nos dimos cuenta de que el pobre Franco era «un triste aficionado que buscaba la ocasión». Porque, si antes no queríamos fútbol -para poder pensar-, la libertad nos lo sirvió por triples tazas y en enormes garrafones. Y tuvimos que asumir que el fútbol existe -como las psicofonías de Rocío Carrasco o Miguel Bosé- porque la gente lo consume, porque nos mola más que escuchar a Wagner o a Rossini, y porque, donde haya un penalti «para la polémica», que se quiten el procés, la mayoría Frankenstein y la autoidentificación de los madrileños impulsada por Ayuso. El fútbol -con sus colores- «es lo más». Y cuanto más libres, más ricos y más estudiados seamos -¡lo dice la experiencia!-, con más pasión lo veremos.

Pero si queremos que la fiesta continúe es necesario que el espectáculo siga creciendo, que los gladiadores sean mejores, los estadios más grandes, las ligas más excelentes y los programas deportivos más tópicos y prolijos. Y eso, siento decírselo, no se hace con encuentros entre el Mirandés y el Barça, ni con jugadores de Teruel, ni con estadios sin gradas a los que solo acuden las novias de los jugadores, ni, menos aún, con los equipos que, a pesar de estar en Primera, tienen claro que su liga no es la del Madrid. Y para eso, para alimentar el más difícil todavía, anda Florentino muñendo la Superliga, que es ese invento que todos denostamos y deseamos con idéntico entusiasmo.

Por eso no emitiré juicios sobre la Superliga, ni profecías sobre su inicio. Solo les digo, como politólogo, que lo que tiene que suceder, sucede; y que el invento de Florentino ya es imparable. Porque el fútbol de antes solo es sagrado para los románticos y los nacionalistas, que creen que el Madrid es de los madrileños, y de los catalanes el Barça.