El instinto del paisaje

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

EDGARDO CAROSIA

18 abr 2021 . Actualizado a las 10:59 h.

Vivía yo entonces en el extranjero. Tenía la televisión puesta en la CNN, sin sonido. El rótulo en la pantalla decía únicamente «Vertido de petróleo», pero me bastó la imagen de la costa durante tres segundos para saber que era Galicia. Y me produjo nostalgia. Ya sé que es extraño esto de que el Prestige inspire morriña; pero fue así realmente como me enteré de aquel desastre: intuyendo el paisaje.

Mi hermana Clara María me contó una vez una experiencia parecida. Estaba en el cine viendo una película de Polanski que transcurría en Chile, y cuando salió una imagen en la que solo se veía una ola golpeando una roca, sin ninguna otra cosa que pudiese resultar reconocible, murmuró: «Mera». No era la Mera de Coruña, pero casi. La escena se había rodado un poco más al norte, en Valdoviño, aunque eso ella no lo sabía.

Lo interesante para mí es que en este caso los productores de la película de Polanski habían hecho bien su trabajo. Años después, volando de Puerto Montt a Punta Arenas, tuve la oportunidad de divisar esa parte de Chile en la que se desarrollaba la trama, y, efectivamente, es muy parecida a la costa gallega. Hasta el punto de que existe en esa zona una región que se conoce como «la Galicia chilena» porque a sus descubridores españoles les pareció que su paisaje era muy similar al de Galicia.

Muy similar, pero no idéntico. Esa es la cuestión. Los fiordos chilenos se parecen superficialmente a las rías gallegas, pero son muy distintos. Nuestras rías son valles creados por los ríos al encajarse en el relieve levantado por los movimientos de la corteza terrestre. Los fiordos chilenos, en cambio, fueron excavados por los glaciares y luego invadidos por el mar. Es por esto que los valles de las rías tienen forma de «V», mientras que los valles esculpidos por el hielo en los fiordos presentan una característica forma de «U», que es la que deja el hielo al desplazarse por ellos. Incluso cuando los acantilados tienen formas relativamente semejantes en un lugar y en el otro, las rocas que los componen también son diferentes -paleozoicas en el caso de Galicia, generalmente mesozoicas en el de Chile-, como también es ligeramente diferente la vegetación.

Pero el hecho es que mi hermana no necesitó hacer esta clase de observaciones tan detalladas; reconoció el paisaje de Galicia sin saber por qué, como en una epifanía. Los románticos decían que el paisaje tiene un espíritu, y es cierto. «Quien ha mordido la tierra -decía simbólicamente Paul Claudel-, conservará su sabor entre los dientes». Hay algo atávico en el paisaje que uno conoce de niño. Es algo que va más allá de la familiaridad, y que forma, claramente, parte del instinto. El paisaje es algo tan complejo, tan lleno de matices y de rasgos que no se dan nunca en la misma combinación, que en seguida percibimos si es exactamente el que tenemos en la memoria o hay algo en él que no cuadra.

Hay psicólogos que creen que esta es la razón del éxito de los documentales de la naturaleza que transcurren en la sabana africana. Fue allí donde evolucionó el ser humano y, según la teoría, en el fondo de nuestra consciencia quizá conservemos el recuerdo lejanísimo de ese paisaje. Nunca me lo ha parecido; quizás porque yo, como tanta gente, utilizo los documentales de animales como sonido de fondo para dormir la siesta. Pero ayer me despertó del sueño el rugido de un león. Y, por un brevísimo instante, al abrir los ojos, en la duermevela, me cruzó la mente un pensamiento que luego se quedó conmigo en el sueño, como una revelación: «Yo conozco ese lugar y he oído antes ese rugido».

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