Debate: Los jóvenes cobran hoy la mitad que en 1980. ¿Es sostenible esta situación?

Un estudio de la fundación Fedea ha puesto sobre la mesa las horribles disfunciones que hay en el mercado laboral de España. Además de hacer frente a una tasa de paro insoportable, los jóvenes saben que cobrarán hasta un 50 % menos que hace 40 años. Dos expertos analizan esta situación.

Por ellos y por el resto de la población, la sociedad española debe de solucionar el grave problema que existe de precariedad laboral entre los jóvenes. La situación es vergonzosa. Así se desprende de un informe de Fedea, en el que se advierte que los empleados de menor edad cobran hoy salarios muy inferiores a los que se pagaban en 1980. Los profesores Vázquez Taín y Erika Jaráiz analizan este tema. Los dos coinciden: es insostenible.


¡Será la economía, idiota!

Hace unos años, antes de que llegara la maldita crisis, ser mileuristas era la condena a la que estaban sometidos millones de jóvenes, magníficamente preparados, pero que tenían serias dificultades para encontrar trabajos dignos con salarios adecuados a sus niveles de cualificación.

Quince años, dos crisis y una pandemia después, el mileurismo se ha convertido en la tierra prometida para muchos jóvenes que con igual o mejor cualificación que aquellos, ven limitadas sus expectativas laborales a la precariedad del mercado actual que ni siquiera contempla la migración como válvula de escape.

Son la generación condenada a vivir peor que sus padres, la generación del no-progreso, la que se encontrará con los grandes problemas del desarrollo del Estado del bienestar que no hemos sabido enfrentar sino desde lecturas simplistas del relato neoliberal que ha imperado en la globalización.

El relato, también la economía convive en el relato, un relato producido casi siempre por los mismos, que condena a la asunción y a la resignación de que estamos destinados a vivir peor, a no tener pensiones, a tener salarios bajos, a que los ricos salden sus impuestos a través de sociedades, etcétera. Como siga, van a pensar que soy una revolucionaria, y nada más lejos, pero no por eso dejo de ver las miserias del relato económico dominante; un relato que ha antepuesto la idea de mérito y competición como criterios de discriminación y jerarquización laboral, como si estas ideas fueran neutras, postergando la diferencia de lo que cada uno aporta y la colaboración como modelo de construcción sociolaboral.

Los sueldos de los jóvenes actuales son el 50 % más bajos que en la década de los 80, ha señalado el informe de Fedea y de la Fundación Iseak. Todo apunta a una oleada migratoria de nuestros jóvenes tan pronto se levanten las fronteras, y sin embargo, no parece que nadie esté apostando a grandes líneas estructurales para movilización del empleo y el emprendimiento juvenil. Es más fácil, y por eso comprensible, canalizar programas y fondos a través de los grandes sectores, como el automóvil o el turismo, que orientar fondos hacia el micro emprendimiento innovador, que ofrece menos garantías; pero ahí está realmente el futuro en el que se tienen que poner de acuerdo las administraciones.

Si el Estado del bienestar quiere defenderse de la condena neoliberal, que persigue larvadamente su destrucción, tiene que luchar creando un nuevo framing que abjure de los dogmas neoliberales: la sanidad pública no solo no es cara sino que además, es mejor; las pensiones no se van a agotar, es mentira; los jóvenes pueden tener buenos empleos en Galicia, si dedicamos recursos a crearlos; es una cuestión de elección política, de decidir en qué invertimos los recursos de este país.

Cuando se subió el salario mínimo, España iba a colapsar, y no pasó nada. Joe Biden ha desmontado de un plumazo toda la arquitectura de Trump, y está tomando decisiones a las que no se atrevieron ni Clinton ni Obama, y no pasa nada. La decisión es política, solo política; porque si la política no se impone a la economía, la economía se impondrá a la gente; y entonces sí, será la economía, idiota.

Autor Erika Jaráiz Gulías Profesora del Departamento de Ciencia Política y Sociología de la Universidad de Santiago de Compostela y miembro del equipo de investigaciones políticas.

Ya es hora de pensar en nuestros jóvenes

Periódicamente, y cada vez con información más preocupante, conocemos los resultados de estudios sobre la realidad del mercado laboral de nuestros jóvenes. En concreto, la fundación Fedea acaba de poner blanco sobre negro en su situación salarial, estimando que los jóvenes de hoy cobran la mitad que hace 40 años. Aunque esa conclusión debe ser aclarada, al ser el resultado de la cantidad de días y horas trabajadas y no de la remuneración por unidad de trabajo, pone en evidencia los graves problemas que presenta nuestro mercado laboral y nuestro sistema educativo y, con ellos, los retos que tenemos desde el punto de vista económico y social.

A la tasa de paro que alcanza al 40 % de los jóvenes se une un constante deterioro de sus condiciones de trabajo que, en muchos casos, se cronifica en el tiempo dando lugar a lo que ya se conoce como efecto cicatriz: la precarización como marca laboral que acompaña a los jóvenes en una espiral de difícil salida en la que quedan entrampados durante años. Además, esta realidad se agrava en los períodos de recesión económica, sin recuperación, hasta ahora, de las condiciones previas en las fases de expansión.

Si a esta situación añadimos que los jóvenes de hoy, paradójicamente, en su conjunto, están mejor preparados que nunca en nuestra historia, está claro que algo falla. Y ese fallo tiene importantes consecuencias económicas y sociales. Por un lado, y dejando al margen la eficiencia de los recursos empleados en su formación, estamos desperdiciando el elemento básico de cualquier sistema económico: el capital humano. Por otro, esta situación frustra expectativas, ralentiza proyectos vitales que, más allá de lo personal, también tienen su manifestación en aspectos tan importantes para la economía como la baja natalidad, la vivienda o, y desde una perspectiva egoísta, la sostenibilidad del sistema de pensiones.

Obviamente no existe una solución mágica para acabar con esta situación. La realidad es compleja y tozuda y la solución no es directa. Se trata de un problema en el que influyen muchos factores: educativos, laborales, económicos, culturales, sociales, etcétera. Por lo que abordar el problema desde una única perspectiva no dejará de ser un parche, sin avances hacia la necesaria solución final. En todo caso, siendo conscientes del problema, por algún lado tenemos que empezar a poner en común principios fácilmente asumibles y aplicables.

Y en este sentido, la educación debe ser el punto de partida. Empezando por la orientación, que ponga en relación las vocaciones con las nuevas necesidades, además en constante evolución, del mercado laboral. Continuando con la formación, no solo en contenidos técnicos, muy necesarios en todo caso, sino también en habilidades que multipliquen su potencial. Y terminando por la ambición, sí, en su justa medida es siempre necesaria, y máxime si queremos que nuestra juventud salga de la espiral perversa antes referida. Pero la ambición es un tema cultural, y quizás una sociedad que no hace un mayor esfuerzo en ayudar a aquella parte de la misma que constituye su futuro no sea el mejor ejemplo.

Autor Miguel A. Vázquez Taín Presidente del Consello Galego de Economistas
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