Un problema global: no hay que olvidar a los países pobres

Isabel Bandín / Carlos Pereira Dopazo A FAVOR

OPINIÓN

11 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La covid-19 es un problema global. Primero, porque el virus no entiende de fronteras y, segundo, porque cuanto más y mejor circule el virus, mayor es la probabilidad de aparición de nuevas variantes. Aquellas que puedan evadir la respuesta inmune son las que más preocupan. Por ello hay prisa en lograr un razonable porcentaje de ciudadanos vacunados. Por eso y para reducir la incidencia. Pero es que lo uno lleva a lo otro: La reducción de la incidencia implica menor circulación del virus, lo que reduce la aparición de variantes y, por lo tanto, aumenta la eficacia de las vacunas; si a este círculo virtuoso le damos la vuelta, las consecuencias pueden ser impredecibles.

El poderío económico y cierta soberbia -e ignorancia- nos hace pensar que con inmunizar a nuestra población ya está solucionado el problema. «¿Por qué no?, ¡ya estaremos protegidos!». Pues porque mientras haya terceros países con un bajo nivel de vacunación, se seguirán generando nuevas variantes, con la incertidumbre de si variantes de riesgo pueden provocar la enésima ola global y saltarse -desconocemos en qué medida- la protección lograda con tanto esfuerzo en los países ricos.

Por ello, la vacunación debe abordarse de modo global. Bien está que los países ricos nos demos el lujo de vacunar a toda nuestra población, pero debemos poner sobre la mesa toda medida que permita a los países menos favorecidos lograr también ese objetivo. Hay dos posibilidades, pero ambas afectan a la economía. Los países ricos podrían aportar fondos para que los países en desarrollo compren -quizás a precios menos rentables para las farmacéuticas (que en muchos casos han dispuesto de financiación pública para llevar a cabo la investigación)- las dosis de vacuna que necesitan para proteger a su población; pero esto implica un gasto económico para unos países (y, con seguridad, habrá protestas) y una perdida de beneficios de grandes empresas (y no estarán de acuerdo). La otra opción, liberar las patentes para que las vacunas se puedan fabricar de modo local, a muy bajo coste, tampoco es sencilla: para liberarlas tienen que ponerse de acuerdo los países de la Organización Mundial del Comercio, y no se logra el acuerdo gracias a los países europeos, Norteamérica y Australia, entre otros. La alternativa es que los países en desarrollo pidan una licencia para que empresas locales puedan fabricar la vacuna; pero para ello deben aportar una compensación económica, con lo cual cerramos el ciclo con la necesidad de aportar fondos desde los países más favorecidos.

Y mientras tanto, el problema lo mantenemos a nivel global.