L a gestión global de la pandemia

OPINIÓN

FEHIM DEMIR | Efe

10 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada vez es más evidente que la gestión global de la pandemia ha sido mala, ya que incluso el hito más excelente que podemos registrar, que es la rápida invención, fabricación y distribución de las vacunas, está empañado por los errores y contradicciones del proceso de vacunación. Y para entender por qué nos sucede esto en un momento histórico caracterizado por la educación generalizada y la tecnología prodigiosa, debemos apuntar a tres reflexiones esenciales.

La primera, que estamos ante la pandemia más paradigmática de la historia de la humanidad, porque mientras las anteriores infecciones solo afectaban a algunas partes del mundo -que, por grandes que fuesen, estaban menos pobladas, menos conectadas y eran menos homogéneas e interdependientes-, el covid-19 es un proceso rigurosamente global, que compromete, en términos muy similares, al planeta Tierra y a los siete mil millones de personas que lo habitamos. Por eso tenemos que lamentar que, pudiendo hacer las cosas bien, hemos optado por un guirigay administrativo cuyos fallos y resultados son, en la práctica, imposibles de evaluar y comparar.

La segunda, que el inusitado potencial de comunicación que poseemos funcionó de manera tan caótica y tan poco fiable que, en vez de iluminar los complejos procesos de información, orden y cooperación que tanto necesitábamos, para iluminarnos el camino, hizo las veces -de acuerdo con la metáfora de Aristóteles- de un potente y brillante sol que nos deslumbró, cegó y desorientó.

La tercera, que habiendo generado tantos modelos descentralizados y territorializados de gobernanza multinivel, tanta ONU, tanta OMS y tantas agencias de medicamentos, y disponiendo de tantos servicios de acceso universal y de tantos recursos para nutrirlos, en vez de optar por una simplificación debidamente articulada de ese potencial, los hemos complicado de tal manera que han devenido en impresionantes laberintos de gestión, en los que se ha esfumado buena parte de nuestro potencial de acción y cooperación.

Por eso puede decirse que, si aún estamos en condiciones de cerrar este desgraciado suceso con más éxito que todos sus precedentes, solo se lo debemos a las vacunas, ya que en todo lo demás se nos ha ido mucha fuerza por la boca. Y, aunque en términos absolutos hemos cosechado más y mejores éxitos que nuestros devanceiros, también hemos hecho mucho menos de lo que podíamos hacer. Y ese es nuestro fracaso. Una ineficacia que solo se aprecia en términos comparativos, pero que sirve para señalarnos con enorme precisión en donde están y se agazapan los males de nuestro tiempo. Porque, igual que sucede en el mundo de las armas, aunque no podemos decir que las guerras del siglo XX fueron más malignas y depravadas que todas las precedentes, hemos combatido con armas y estrategias capaces de aniquilar civilizaciones enteras y, si se tercia, a la propia humanidad. Y es ahí -en el mal uso de los potenciales de acción- donde están nuestro punto débil y nuestra gran necesidad de aprender.