Gallaecia, Portugal, Hispania

Manuel Blanco Desar
Manuel Blanco Desar LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

Casa de S.M. el Rey

31 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La deuda pública de Portugal ronda el 130 % de su PIB. La de España, el 120 %. Al hundirse sus nacimientos, la deuda por cada ciudadano en edad laboral será inasumible durante las próximas décadas. Los Estados ibéricos van camino de ser una nueva Grecia, solo que multiplicada por cinco. Cierto que otros tienen mayor deuda -Italia, por ejemplo-, pero nosotros no estamos tan industrializados y dependemos mucho más de las inversiones foráneas. Resumiendo: como no cambiemos de rumbo nos ahogaremos y, por nuestro peso, hundiremos el euro.

Somos como siameses que van saltando en un pequeño bote a la deriva, pero quien lleva el timón -Alemania- o tensa la vela -Francia- empiezan a estar hartos de los que no reman, aunque cada amanecer exigen más agua dulce. Es duro decirlo, pero hay que hacerlo, porque nuestro bote compite además con fuerabordas que nos adelantan lanzados.

La propuesta de Ian Gibson, Hacia la República Federal Ibérica, no es nueva pero sí muy oportuna. Baste recordar por todos a Oliveira Martins y las vivencias tras el ultimátum británico a Portugal en 1890, cuando lord Salisbury amenazó con bombardear Lisboa si los lusitanos no se replegaban en África. El desastre de 1898 colocó también a España contra el espejo de la decadencia.

Portugueses y españoles nos necesitamos para encarar el futuro. Somos construcciones de Roma, nos separaron los señores medievales, tenemos tantas cosas en común… Pero sobre todo compartimos la necesidad: la necesidad de ser relevantes y determinantes en la integración federal de Europa. Si hacer de la necesidad es virtud, no la desperdiciemos por el egoísmo de ciertas clases extractivas de rentas y empleos públicos, envueltas en lucrativos patriotismos de opereta.

Todos los hispánicos saldríamos ganando con la reunificación y demostraríamos al resto de Europa que milagros como la reconciliación franco-alemana para edificar una unión política aún son posibles, siempre que tengamos el coraje preciso para encarar el futuro en vez de escondernos bajo la cama. Guimarães o Bragança serían soberbias sedes de diversas instituciones federales, igual que Bonn y Karlsruhe jugaron un papel determinante en la consolidación alemana.

Que un irlandés hispanizado nos tenga que recordar lo obvio dice mucho a favor de los hijos de Breogán asentados en la verde Eirín. Así Hispania podrá contribuir a consolidar Europa, este endeble bote arrastrado a aguas del Pacífico, donde nuestro modus vivendi corre peligro.