Estos días estamos asistiendo en directo a la noticia de que un barco se atravesó en el canal de Suez. Si nos ponemos en situación, hablaremos primero de que el canal fue hecho para que el transporte desde Oriente (petróleo, gas, contenedores y otras mercancías) ahorre tiempo en el camino hacia Occidente.
El tiempo se traduce en ahorros económicos, y por eso ciertas materias primas se encarecerán al tardar más en llegar a su destino. Pero tampoco el paso es libre, ni mucho menos; sino que, si de una autovía de peaje se tratara, requiere el pago e incluso solicitud previa. El paso es supervisado abordo por prácticos, que aseguran que los buques navegan con ruta y velocidades prefijadas.
Tampoco puede pasar cualquier barco, sino que requiere de una calificación (Suezmax) siempre que se cumpla un pliego de condiciones relativas a su tamaño.
¿Cómo pudo suceder entonces el accidente? Recopilando datos del suceso, y contrastando informaciones publicadas y el punto de vista de compañeros que navegaron el canal, debemos aceptar como buenas las causas citadas. Serían: 1.- las condiciones de vientos laterales que multiplicaban por cuatro la velocidad del buque, dificultarían cualquier maniobra, incluida la de mantener el propio rumbo. 2.- el arrastre de arena que limitaba la visibilidad. Y 3.- la propia envergadura del portacontenedores que provocaría unas inercias enormes.
Sucesos así no son habituales, pero dado que se pueden repetir, esperamos que las soluciones que permitan liberarlo sean implementadas como protocolo.
Este accidente nos ofrece también una perspectiva sobre la importancia del transporte marítimo y de sus trabajadores en el mundo globalizado.