Jorge Martínez Reverte o cómo doblar un tanga

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

MARIA AURTENECHEA

28 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El día 5 recibí un mensaje que Jorge Martínez Reverte nos mandaba a cuatro amigos, en el que contaba que iba a entrar en quirófano y le iban a quitar un tumor y medio hígado. Y que esperaba que aquello no fuera una manera demasiado rápida de encontrase con el mzungu-jefe, que es como llamábamos a su hermano Javier _de cuya muerte se han cumplido cinco meses_. Pero, por si acaso, nos decía que nos quería mucho. El pasado miércoles, ya lo saben ustedes, Jorge se encontró, como temía, con su hermano mayor, y ahora ya estarán jugando al mus y cantando habaneras.

Jorge era un disfrutón. Los amigos _las amigas_, el periodismo, la política, la historia, todo le interesaba, y se metía en todos los charcos a saltar salpicando. Tenía unos sesos que le permitían sumar los números de las matrículas de los coches y calcularse la raíz cuadrada de memoria -era químico de carrera-, y que le alimentaban un finísimo sentido del humor. A mí, en Tanzania, a orillas del río Rufiji, y bajo la atenta mirada de los hipopótamos, me enseñó a doblar un tanga; lo que no quita que dos días después, en Mbeya, recibiera la noticia de que le habían concedido el Premio Ortega y Gasset de Periodismo. Un año más tarde escribió una de sus novelas de Gálvez, entre cuyos personajes se encontraba un editor gallego llamado Eduardo Vento. Luego, yo le acabé publicando su última entrega de la serie: Gálvez y la caja de los truenos.

A Jorge hace algunos años un ictus casi lo mata, pero en vez de morir salió en silla de ruedas y lo contó en una obra descarnada y hermosísima que llevaba por título Inútilmente guapo. Un libro en que narraba la experiencia más dramática con la más fina ironía. Porque hacía mucho tiempo que había aprendido, como Javier, a reírse de sí mismo.

La verdad es que, si ese lugar existe y en él están discutiendo Javier y Jorge lo de la grande y lo de la chica, y si lanzan un órdago, a uno casi le apetece irse para allá. Al final de la partida cantaríamos lo de Los últimos de Filipinas.