El ensueño de Pablo Iglesias
Hace apenas tres años, en julio del 2018, Pablo Iglesias, que lideraba la coalición UP-IU, soñaba con el sorpasso al PSOE. Muchas encuestas lo pronosticaban, y las cadenas de televisión más vistas enmarcaban las elecciones del 26-J en esa espeluznante hipótesis. De lo que entonces se hablaba no era de que Iglesias iba a gobernar, sino de que el PSOE se hundiría en una irrelevancia difícil de superar, y que el pulso entre la izquierda populista y el PP se tendría que resolver en las calles de una España que quedaba abocada a una algarada revolucionaria impredecible y duradera.
Los resultados del 26-J desmintieron los pronósticos. El PP, que subió 14 escaños, obtuvo 137 diputados. El PSOE, que bajó a los infiernos de su peor resultado, perdió 5 escaños y obtuvo 85. Y la coalición UP-IU obtuvo 45 diputados, que, unidos a los de sus famosas y engreídas confluencias, le permitieron sumar 71 escaños, lejos del soñado sorpasso, pero muy por encima de lo que algunos habíamos vaticinado. Y, de las respectivas y amargas frustraciones que sufrieron aquella noche Sánchez -que entendió que solo le quedaba una oportunidad para jugar su futuro y el del PSOE a la carta de la censura- e Iglesias -que despertó de su ensoñación y aceptó servir de crampón para la escalada de Sánchez-, nació la etapa política que vivimos hoy, definida por las continuas regueifas en el Gobierno, por el empoderamiento de las minorías más díscolas y desleales con la nación española, y con la idea de que toda la agenda política -en su composición y gestión- está supeditada al irrenunciable propósito de ocupar la Moncloa al precio que sea.
Lo malo es que el Iglesias de hoy, convertido en un personaje dual -con papeles de gobierno y oposición, casta y descamisado, indignado y conformista, alta burguesía y bohemio con coleta, integrado por la mañana y revolucionario por las tardes-, se acaba de dar cuenta de que tiene que resolver un peliagudo dilema: si se porta bien, y actúa leal e institucionalmente con el Gobierno, pierde su identidad y se disuelve en el PSOE; y si mantiene su pedigrí populista, revolucionario y marxistoide, seguirá obligando a Sánchez a comer en su mano, mantendrá vivos los rescoldos del 15-M, e incluso podría sobrevivir a Sánchez si todo esto termina como el rosario de la aurora, aunque para eso tenga que hacer su carrera política sobre el filo de una navaja.
A estas horas ya está claro que Iglesias va a jugar a una indisciplina identitaria que, además de mantener a Sánchez en su extrema debilidad, le permita controlar a fondo la mayoría Frankenstein, y demostrarle a la gente que, si UP no existiese, estaríamos gobernados por la rancia casta socialista. Por eso también Pedro Sánchez se sintió obligado a subirse al filo de la navaja, para coquetear con Pablo Casado y jugar a la reconstrucción de un espacio de gobernabilidad bien centrado, que, como propone el PP, prive a los extremos -Iglesias y Abascal- de las migajas del poder.
Pero este tema, muy delicado, lo trataremos el lunes.
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